Pocas cosas pasan desapercibidas para una foca común. Sus bigotes, o vibrisas, captan información detallada sobre su entorno. De los pelos del hocico asoman unos folículos que contienen alrededor de diez veces más terminaciones nerviosas que los bigotes de una rata.
Para las focas, encontrar presas en las aguas turbias no parece nada complicado. Y es gracias sus bigotes, sensibles a las vibraciones, pueden guiarse hacia sus presas casi como si pudieran ver con total nitidez a través del agua en que se mueven. A esa conclusión han llegado el biólogo Wolf Hanke, de la Universidad de Rostock, en Alemania.
Hanke y sus colegas estudian esta facultad con Henry, una foca amaestrada. Hasta con los ojos vendados y los oídos tapados con unos auriculares. Henry tardó tan sólo unos segundos en reconocer, a partir de la estela que deja, qué tipo de objeto u animal se mueve a su alrededor. Y hasta fue capaz de distinguir tamaños con una precisión de al menos 2,8 centímetros, como hemos dicho con los ojos y las orejas inutilizados. También pudo diferenciar entre formas planas y cilíndricas. Además, no se dejó engañar por la velocidad del movimiento. Según el biólogo, esta habilidad se explica porque las focas deben optimizar la energía que gastan y distinguir a pesar del agua turbia entre peces pequeños y flacuchos – difíciles de atrapar y con poco alimento – y otras piezas más carnosas y suculentas basándose sólo en la estela que dejan, lo que hace la caza más fructífera.
Hanke dice que las vibrisas de la foca se han adaptado, según revela el registro fósil, a lo largo de 25 millones de años para poder «leer» los más mínimos cambios que se producen en el movimiento del agua.
No hay comentarios:
Publicar un comentario