Mientras se conmemora el centenario de un encuentro extraordinario, protagonizado por el explorador estadounidense Hiram Bingham, la primera persona que dio a conocer al mundo las maravillas y el misterio de Machu Picchu, las evidencias históricas indican que estas legendarias ruinas ya habían sido visitadas con anterioridad. El propio Bingham sabía de sobra que no era él el primero en contemplar esta ciudadela sagrada, que Pachacútec, primer emperador inca, mandó construir a mediados del siglo XV.
Agustín Lizárraga
Testimonios históricos demuestran que al menos dos alemanes, un británico y un francés, además de los colonos de la zona, conocían la existencia de las ruinas de Machu Picchu antes de la llegada de Bingham en 1911. Es más, según el investigador Donato Amado, de la Universidad San Antonio Abad de Cusco, en Perú, Machu Picchu nunca se convirtió en “una ciudad perdida”, como la denominó Bingham, y era conocida desde el siglo XVI. Según un documento del Archivo Nacional de Perú, fechado en 1714 y que se refiere a las ruinas como “el pueblo antiguo de los incas de la montaña Huayna Picchu”, el pico de Machu Picchu formó parte de las haciendas repartidas por la colonia. La documentación histórica permite seguir durante los siglos los cambios de propiedad de los terrenos en los que se encuentra el santuario inca.
Por su parte, unos 44 años antes de la exploración de Bingham un aventurero y empresario alemán, llamado Augusto R. Berns, también tenía constancia de las ruinas. Una detallada investigación, llevada a cabo por el historiador Paolo Creer en archivos de Estados Unidos y Perú, ha desenterrado documentos que revelan que entre 1867 y 1870 Berns exploró Machu Picchu y descubrió varias estructuras subterráneas selladas
Berns llegó a Perú contratado para construir el ferrocarril del sur Andino. Creó un aserradero para fabricar traviesas de ferrocarril en la localidad de Aguas Calientes, al pie de la montaña de Machu Picchu. Exploró asimismo la región en busca de yacimientos de oro y plata en provecho propio. En la Biblioteca Nacional de Perú se conservan dos planos, propiedad de Berns y su socio Harry Singer, que muestran la ubicación de lo que ellos llamaron la Huaca del Inca, exactamente donde se encuentra Machu Picchu. Finalmente, en 1887, Berns creó un oscuro negocio de saqueo de antigüedades, y es de suponer que volvió a Machu Pichu, aunque lo que allí encontró y luego vendió sigue siendo un completo misterio.
Por aquellos años otro alemán, el geógrafo Herman Gohring, llegó a la zona del valle de Urubamba para construir una carretera por encargo del gobierno de la época. Los mapas que tanto Berns como Gohring hicieron de la zona de Machu Picchu sugieren que ambos habrían paseado por las ruinas incas en más de una ocasión, aunque no se han encontrado testimonios de que uno y otro se conocieran.
Especial mención merece en esta historia la figura del cusqueño Agustín Lizárraga, que estuvo en Machu Picchu nueve años antes que Bingham. Las historiadoras Yasmina López Lenci y Mariana Mould de Pease se han encargado de reconstruir la historia de este hombre que no solo estuvo en varias ocasiones recorriendo las ruinas incas sino que llevó a otras personas a conocer esas construcciones de piedra maravillosamente tallada.
Testimonios históricos demuestran que al menos dos alemanes, un británico y un francés, además de los colonos de la zona, conocían la existencia de las ruinas de Machu Picchu antes de la llegada de Bingham en 1911. Es más, según el investigador Donato Amado, de la Universidad San Antonio Abad de Cusco, en Perú, Machu Picchu nunca se convirtió en “una ciudad perdida”, como la denominó Bingham, y era conocida desde el siglo XVI. Según un documento del Archivo Nacional de Perú, fechado en 1714 y que se refiere a las ruinas como “el pueblo antiguo de los incas de la montaña Huayna Picchu”, el pico de Machu Picchu formó parte de las haciendas repartidas por la colonia. La documentación histórica permite seguir durante los siglos los cambios de propiedad de los terrenos en los que se encuentra el santuario inca.
Por su parte, unos 44 años antes de la exploración de Bingham un aventurero y empresario alemán, llamado Augusto R. Berns, también tenía constancia de las ruinas. Una detallada investigación, llevada a cabo por el historiador Paolo Creer en archivos de Estados Unidos y Perú, ha desenterrado documentos que revelan que entre 1867 y 1870 Berns exploró Machu Picchu y descubrió varias estructuras subterráneas selladas
Berns llegó a Perú contratado para construir el ferrocarril del sur Andino. Creó un aserradero para fabricar traviesas de ferrocarril en la localidad de Aguas Calientes, al pie de la montaña de Machu Picchu. Exploró asimismo la región en busca de yacimientos de oro y plata en provecho propio. En la Biblioteca Nacional de Perú se conservan dos planos, propiedad de Berns y su socio Harry Singer, que muestran la ubicación de lo que ellos llamaron la Huaca del Inca, exactamente donde se encuentra Machu Picchu. Finalmente, en 1887, Berns creó un oscuro negocio de saqueo de antigüedades, y es de suponer que volvió a Machu Pichu, aunque lo que allí encontró y luego vendió sigue siendo un completo misterio.
Por aquellos años otro alemán, el geógrafo Herman Gohring, llegó a la zona del valle de Urubamba para construir una carretera por encargo del gobierno de la época. Los mapas que tanto Berns como Gohring hicieron de la zona de Machu Picchu sugieren que ambos habrían paseado por las ruinas incas en más de una ocasión, aunque no se han encontrado testimonios de que uno y otro se conocieran.
Especial mención merece en esta historia la figura del cusqueño Agustín Lizárraga, que estuvo en Machu Picchu nueve años antes que Bingham. Las historiadoras Yasmina López Lenci y Mariana Mould de Pease se han encargado de reconstruir la historia de este hombre que no solo estuvo en varias ocasiones recorriendo las ruinas incas sino que llevó a otras personas a conocer esas construcciones de piedra maravillosamente tallada.
Albert Giesecke
En 1902, este agricultor que arrendaba tierras en los márgenes del río Urubamba organizó una excursión que partió de la hacienda Collpani, perteneciente a la familia Ochoa, situada a siete kilómetros del santuario inca. El 14 de julio de ese mismo año, Lizárraga trepó por la montaña, acompañado de su primo y dos peones, y consiguió llegar hasta la ruinas de Machu Picchu. Para dejar constancia de su hallazgo, Lizárraga grabó su nombre y la fecha en una piedra del Templo de las Tres Ventanas de la ciudadela. Al bajar de la montaña narró su aventura a Justo Cenón Ochoa, propietario de la hacienda Collpani, quien poco después, con motivo de una boda, organizó junto a su familia "el primer viaje turístico" a Machu Picchu.
Cuando Hiram Bingham llegó a la ciudadela en 1911, documentó en sus cuadernos la inscripción de Lizárraga. Al año siguiente, el explorador estadounidense borró la inscripción de la piedra (y de la historia) al enterarse de que Lizárraga había fallecido trágicamente en febrero de ese año, al caer de un puente y ahogarse en el río Vilcanota.
El cuzqueño Américo Rivas es el autor del libro titulado "Agustín Lizárraga: el gran descubridor de Machu Picchu", la primera obra sobre el tema que añade abundantes detalles inéditos a una historia ya conocida y aceptada por los especialistas, pero que aún el público general desconoce incluso en el propio Perú. Hacer justicia a Lizárraga se ha convertido para Rivas en una cuestión personal a la que ha dedicado años de investigación
En 1902, este agricultor que arrendaba tierras en los márgenes del río Urubamba organizó una excursión que partió de la hacienda Collpani, perteneciente a la familia Ochoa, situada a siete kilómetros del santuario inca. El 14 de julio de ese mismo año, Lizárraga trepó por la montaña, acompañado de su primo y dos peones, y consiguió llegar hasta la ruinas de Machu Picchu. Para dejar constancia de su hallazgo, Lizárraga grabó su nombre y la fecha en una piedra del Templo de las Tres Ventanas de la ciudadela. Al bajar de la montaña narró su aventura a Justo Cenón Ochoa, propietario de la hacienda Collpani, quien poco después, con motivo de una boda, organizó junto a su familia "el primer viaje turístico" a Machu Picchu.
Cuando Hiram Bingham llegó a la ciudadela en 1911, documentó en sus cuadernos la inscripción de Lizárraga. Al año siguiente, el explorador estadounidense borró la inscripción de la piedra (y de la historia) al enterarse de que Lizárraga había fallecido trágicamente en febrero de ese año, al caer de un puente y ahogarse en el río Vilcanota.
El cuzqueño Américo Rivas es el autor del libro titulado "Agustín Lizárraga: el gran descubridor de Machu Picchu", la primera obra sobre el tema que añade abundantes detalles inéditos a una historia ya conocida y aceptada por los especialistas, pero que aún el público general desconoce incluso en el propio Perú. Hacer justicia a Lizárraga se ha convertido para Rivas en una cuestión personal a la que ha dedicado años de investigación
Mapa de Berns y Singer
Precisamente, fue su interés por buscar nuevas tierras de cultivo lo que, según Rivas, llevó a Lizárraga a descubrir Machu Picchu. "Recorrieron todo el día Machu Picchu, encontrando palacios y demás construcciones, aún con cerámicas en las hornacinas. Cuando bajaron y narraron lo que habían visto contaron que pareciera que la ciudad había sido abandonada de golpe", señala Rivas. Lizárraga murió sin poder reclamar su descubrimiento, y el propio Rivas lamenta que el Estado peruano no haya sido capaz, más de cien años después de aquello, de reconocer al personaje como merece.
Otro personaje que también hizo mapas fue Clement Markham, un geógrafo y oficial de la marina inglesa que estuvo en 1852 en el valle del Urubamba y no fue hasta 1910 que publicó un informe amplio que incluía un mapa en el que estaba Machu Picchu. En su publicación, no sólo abordó oportunidades de negocio en la zona como la madera, la quinina y la chinchilla, sino que también instó a la realización de estudios arqueológicos citando a investigadores peruanos que ya trabajaban el tema.
Precisamente, fue su interés por buscar nuevas tierras de cultivo lo que, según Rivas, llevó a Lizárraga a descubrir Machu Picchu. "Recorrieron todo el día Machu Picchu, encontrando palacios y demás construcciones, aún con cerámicas en las hornacinas. Cuando bajaron y narraron lo que habían visto contaron que pareciera que la ciudad había sido abandonada de golpe", señala Rivas. Lizárraga murió sin poder reclamar su descubrimiento, y el propio Rivas lamenta que el Estado peruano no haya sido capaz, más de cien años después de aquello, de reconocer al personaje como merece.
Otro personaje que también hizo mapas fue Clement Markham, un geógrafo y oficial de la marina inglesa que estuvo en 1852 en el valle del Urubamba y no fue hasta 1910 que publicó un informe amplio que incluía un mapa en el que estaba Machu Picchu. En su publicación, no sólo abordó oportunidades de negocio en la zona como la madera, la quinina y la chinchilla, sino que también instó a la realización de estudios arqueológicos citando a investigadores peruanos que ya trabajaban el tema.
Probablemente algunos de estas cartografías llegaron a manos de Bingham, información que fue utilizada por el explorador en sus expediciones. Los historiadores también mencionan a un compatriota suyo que ya conocía Machu Picchu antes de la llegada de Bingham. Se trata del norteamericano Albert Giesecke, que fue rector de la Universidad San Antonio Abad de Cusco. Fue él quien dio las referencias de la existencia de las ruinas e incluso mencionó a Melchor Arteaga, quien más tarde se convertiría en guía de Bingham durante su histórica expedición.
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