Fig. 1
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La visión siempre fue un factor clave para la selección y supervivencia de las especies. La capacidad de ver tuvo que ser, desde los orígenes de la vida compleja en la Tierra, una clara ventaja evolutiva, que pudo marcar la diferencia entre sobrevivir o extinguirse.
Los trilobites son los fósiles más característicos de la Era Paleozoica, que comenzó hace unos 540 millones de años. Parece ser que estos artrópodos marinos extintos fueron las primeras criaturas en desarrollar ojos compuestos, análogos a los que se encuentran en ciertos artrópodos actuales como insectos y crustáceos. Probablemente este tipo de visión fue una de las claves de su éxito evolutivo. No en vano la presencia de los trilobites en la Tierra se prolongó durante todo el Paleozoico, más de 300 millones de años.
Ahora, un equipo internacional de paleontólogos, encabezado por el español Diego García Bellido, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), acaba de describir en el último número de la revista Nature, el ojo compuesto mineralizado de un artrópodo marino, que ha sido encontrado entre dos trilobites fosilizados (Fig. 2). La criatura, un activo depredador que pudo ser similar a un bogavante o a una langosta, vivió hace unos 515 millones de años en lo que hoy son las inmediaciones de Adelaida (Australia), en la localidad conocida como Emu Bay Shale (Fig. 1). La importancia del hallazgo consiste en que se trata de un órgano visual complejo (Fig. 3), con un elevado número de unidades sensoriales luminosas, y que daría a su portador una visión muy aguda para la época.
Los fósiles ahora encontrados en Australia demuestran que los animales más tempranos ya contaban con ojos sorprendentemente avanzados, casi tan sofisticados como los que hoy poseen muchos artrópodos e insectos. Cada ojo tenía más de 3000 lentes individuales, que les daba una agudeza visual que les permitía ver en ambientes de poca luminosidad. El ojo compuesto de los trilobites de la época sólo contaba con un centenar de lentes, mientras que las libélulas actuales llegan a tener unas 28.000 (Fig. 4)
Fotos: John Paterson (University of New England)
La visión siempre fue un factor clave para la selección y supervivencia de las especies. La capacidad de ver tuvo que ser, desde los orígenes de la vida compleja en la Tierra, una clara ventaja evolutiva, que pudo marcar la diferencia entre sobrevivir o extinguirse.
Los trilobites son los fósiles más característicos de la Era Paleozoica, que comenzó hace unos 540 millones de años. Parece ser que estos artrópodos marinos extintos fueron las primeras criaturas en desarrollar ojos compuestos, análogos a los que se encuentran en ciertos artrópodos actuales como insectos y crustáceos. Probablemente este tipo de visión fue una de las claves de su éxito evolutivo. No en vano la presencia de los trilobites en la Tierra se prolongó durante todo el Paleozoico, más de 300 millones de años.
Ahora, un equipo internacional de paleontólogos, encabezado por el español Diego García Bellido, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), acaba de describir en el último número de la revista Nature, el ojo compuesto mineralizado de un artrópodo marino, que ha sido encontrado entre dos trilobites fosilizados (Fig. 2). La criatura, un activo depredador que pudo ser similar a un bogavante o a una langosta, vivió hace unos 515 millones de años en lo que hoy son las inmediaciones de Adelaida (Australia), en la localidad conocida como Emu Bay Shale (Fig. 1). La importancia del hallazgo consiste en que se trata de un órgano visual complejo (Fig. 3), con un elevado número de unidades sensoriales luminosas, y que daría a su portador una visión muy aguda para la época.
Los fósiles ahora encontrados en Australia demuestran que los animales más tempranos ya contaban con ojos sorprendentemente avanzados, casi tan sofisticados como los que hoy poseen muchos artrópodos e insectos. Cada ojo tenía más de 3000 lentes individuales, que les daba una agudeza visual que les permitía ver en ambientes de poca luminosidad. El ojo compuesto de los trilobites de la época sólo contaba con un centenar de lentes, mientras que las libélulas actuales llegan a tener unas 28.000 (Fig. 4)
Fotos: John Paterson (University of New England)
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