viernes, 18 de marzo de 2011

DESCUBIERTA UNA NUEVA FORMA DE DESPEDIR A LOS MUERTOS



El Tíbet. Pocos lugares hay en la Tierra con un paisaje tan impresionante. Allí se encuentra la meseta más elevada y extensa del Planeta, circundada por las montañas más altas, incluyendo el Everest, el “techo del mundo”.

En el Tíbet, con una altitud media que supera los 4.000 metros, el suelo es demasiado duro y rocoso, y a menudo se encuentra congelado la mayor parte del año. Por eso, a los tibetanos les aguarda un singular ritual funerario cuando fallecen: el “entierro en el cielo” (nombre que le dieron a éste tipo de práctica en occidente).

Desde hace siglos, los tibetanos no dan sepultura a sus difuntos por una simple cuestión de necesidad. Con un suelo inapropiado para cavar una tumba y una vegetación tan escasa que impide derrochar la madera de los árboles para utilizar la práctica de la cremación, la alternativa funeraria ha consistido en recurrir a otro de los elementos básicos de la Naturaleza junto a la tierra y el fuego: el aire. Bien podía haber sido, como en los vecinos Nepal e India, el agua, pero los budistas tibetanos – al contrario que los hinduistas – nunca han querido contaminar sus ríos con los cuerpos de sus difuntos.



Cuando un tibetano muere, el Lama del monasterio local acude para recitar pasajes del “Libro de los Muertos”, que tienen como misión ayudar al alma del finado a avanzar por los 49 niveles del “bardo”, que describen las etapas de transición de la existencia en el ciclo vida-muerte-reencarnación. Transcurridos tres días, se procede a llevar a cabo el “funeral en el cielo” propiamente dicho.

Envuelto en un sudario blanco, el difunto es conducido por los familiares hacia a algunas de las montañas sagradas que cuentan con lugares específicos para la ejecución del ritual. El cadáver es depositado tumbado o recogido en posición fetal, tal y como vino al mundo, sobre una roca. Es entonces cuando entran en escena los verdaderos maestros de ceremonia. Primero, el descuartizador. Luego los buitres, que ya vuelan sobre el lugar en círculos a la espera del macabro festín.

El descuartizador, armado de un enorme cuchillo de carnicero, y ayudándose con un hacha y un mazo, corta con destreza los miembros del cadáver y utiliza el mazo para reducir los huesos a astillas, No tiene inconveniente alguno en destruir el cuerpo totalmente. bajo la atenta mirada de los parientes del difunto, que contemplan la sobrecogedora escena, al menos para la mentalidad occidental, con pasmosa serenidad.





La última práctica es conocida como jhator, que significa literalmente "dar almas a las aves". Los buitres de la zona ya se conocen el ritual, por lo que esperan pacientes a que el descuartizador termine su labor. Una vez finalizada, los carroñeros se lanzan a por el cadáver, devorándolo con avidez. No suelen tardar mas de 1 hora en "limpiar un cuerpo" Impertérritos, los familiares no dejan de contemplar el ritual ni siquiera cuandolos buitres están engulliendo los restos. No hay señal de tristeza, ni de amargura, porque para ellos el alma del difunto ha emprendido viaje hacia otra reencarnación,.. que será mejor o peor dependiendo del “karma” que el finado haya tenido en vida, Los tibetanos creen que las aves carroñeras ayudan al espíritu de los muertos a llegar hasta el cielo. al ser consideradas daikinis o “ángeles que bailan entre las nubes”. Por esto, si los buitres no devoran el cadáver por completo, se considera que el difunto fue un pecador y ha sido condenado al infierno.

Para los tibetanos, este ritual es algo tan normal como para nosotros es una incineración o una autopsia.



Un ritual mortuorio desconocido




Resulta que los antiguos pobladores del alto Himalaya practicaban otro ritual funerario del que hasta ahora nada se sabía. Al parecer, aquellas gentes desollaban a sus muertos y luego los enterraban en tumbas excavadas en la pared de un acantilado. Esto es al menos lo que ha descubierto un grupo de arqueólogos que se encontraba explorando una de esas cuevas en Mustang, al norte de Nepal, a unos 4.200 metros de altitud.



Veintisiete cadáveres, pertenecientes a hombres, mujeres y niños, con una antigüedad de unos 1.500 años, aparecieron en una de las cuevas. La mayor parte de los restos humanos presentaban signos de haber sido despellejados, probablemente con un cuchillo de metal. Se cree que los cuerpos fueron depositados originalmente en plataformas de madera, aunque cuando aparecieron estaban dispersos por el suelo, debido al mal estado de la cueva.


Bajo el patrocinio de National Geographic, el grupo de arqueólogos, formado por investigadores de las universidades estadounidenses de California y Michigan, ha descartado que este ritual estuviera relacionado con prácticas de canibalismo. Creen más bien que sirvió de nexo entre dos rituales mortuorios ya conocidos, el funeral celeste tibetano, y otro mucho más antiguo, vinculado a la religión de Zoroastro, cuyas raíces se remontan a la antigua Persia, y en el que los cadáveres eran descarnados y la carne arrojada a los animales.
El uso de escaleras, hoy desaparecidas, habría facilitado el acceso a estas remotas cuevas con enterramientos. De hecho, su aislamiento podría haber supuesto una buena parte de su atractivo Muchas de las creencias locales que se han venido practicando en la región, incluido el budismo, otorgan un gran valor a la idea del retiro espiritual.

En aquella época no existían los monasterios. Los expertos creen que las cuevas con enterramientos podrían haber sido precursoras de los monasterios tibetanos y, como tales, la gente podría haberse retirado a ellas o haber enterrados sus muertos allí.



Fotos: Cory Richards

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