La grandiosa fortificación, que hoy en día se ha convertido en una atracción turística famosa en el mundo entero, apenas tiene cinco siglos de historia y se erigió durante la dinastía Ming
Se extiende a lo largo de 8.851 kilómetros, desde el mar de Bohai, en el este, hasta el desierto de Gobi, en el oeste
Se extiende a lo largo de 8.851 kilómetros, desde el mar de Bohai, en el este, hasta el desierto de Gobi, en el oeste
Serpentea por los picos de las montañas y enlaza millares de fortalezas y atalayas, con unas vistas incomparables
No fue nombrada por Marco Polo en sus célebres crónicas. La construcción de piedra y ladrillo que hoy es una atracción turística mundialmente famosa y que es unánimemente aclamada con el nombre de Chang Cheng o Gran Muralla, el símbolo por excelencia de la antigua grandeza imperial de China, no es una edificación milenaria, ni es una sola barrera monolítica, ni tiene la longitud que se le atribuía, ni fue admirada por los propios chinos hasta hace relativamente poco años. Tampoco es posible verla a simple vista desde la órbita terrestre, y mucho menos desde la Luna, y, sorprendentemente, como estrategia defensiva dejó mucho que desear.
Nos encontramos en Jinshanling, a unos 120 kilómetros al noreste de Pekín. Si hay un lugar en la Tierra para asombrarse, sin duda es éste. Es uno de los tramos más salvajes de la Gran Muralla, donde podemos hacernos una idea más acertada de la virtuosidad de los artífices de esta portentosa construcción. En esta zona, la fortaleza almenada de piedra y ladrillo, erigida durante la dinastía Ming, en 1570, serpentea por el paisaje como una gigantesca lombriz, subiendo y bajando por las empinadas laderas de las montañas cubiertas de bosques y prolongándose hasta el horizonte. A sus pies, el mundo se le queda pequeño. Mientras caminamos por el ciclópeo muro nos invade la sensación de estar respirando un aire inmovilizado siglos atrás. Sentimos el orgullo de una civilización y una raza. Cruzamos sus artísticas torres en ruinas que parecen una hilera de gigantes aguardando en sus puestos de vigilancia. Un sentimiento extraño nos permite entrever el sufrimiento de sus constructores y sus hercúleos esfuerzos, la soledad de los vigilantes y la tensa espera que precede a las batallas, e imaginarnos a los temibles enemigos “bárbaros” acechando en la espesura del bosque.
Sólo un país como China ha podido lograr una hazaña tan descomunal. Murallas tan largas como monumentales se erigieron a lo largo de miles de kilómetros de frontera, en la zona de transición entre lo chino y lo no chino. Las primeras fortificaciones fronterizas son precursoras de dos mil años de conflictos y hostilidades entre China y sus vecinos del norte, los pueblos bárbaros de la estepa, invasores codiciosos y sanguinarios.
Impresionante y abrumadora, majestuosa y sólida en cuerpo y en alma, la Gran Muralla es una de las más formidables edificaciones salidas de manos humanas, a pesar de su historia turbadora y compleja, y de muchos momentos de un pasado no siempre glorioso. Si las piedras hablaran, las de la Gran Muralla lo harían de la tiranía de dinastías denostadas, caprichosas y dictatoriales, que utilizaron a sus súbditos como esclavos en la construcción de proyectos públicos y dilapidaron las riquezas del Estado. Hablarían del yin y el yan unidos en miles de kilómetros de piedras e historia; de oleadas de pueblos conquistadores, del genio técnico de quienes la erigieron, y de la muerte de millones de individuos que la construyeron, atacaron y defendieron.
Hasta hace unas décadas, la imponente presencia física de la Gran Muralla no suscitaba demasiado interés incluso entre los propios chinos. Sin embargo, en 2007, a través de Internet, 100 millones de personas votaron por ese monumento vivo de una cultura milenaria como una de las más grandes maravillas del mundo. No en vano simboliza el poder, la cultura y el progreso tecnológico de un legendario imperio, y del secular sentimiento chino de ser una civilización avanzada y ansiosa por diferenciarse claramente del resto del mundo.
Las populares imágenes de la Gran Muralla hacen pensar en una milenaria barrera monolítica. Nada más lejos de la realidad. En primer lugar, no hay una única gran fortificación sino tramos sueltos de varias murallas menores. Y la Muralla china tan como la conocemos, flanqueada por paredes almenadas de piedra y ladrillo, es una obra relativamente tardía, ya que apenas tiene cinco siglos de historia, pues se remonta a la época de apogeo constructor de la dinastía Ming.
Antes de la muralla Ming hubo otras muchas murallas en la antigua China, menos sofisticadas, una grandiosa obra artesanal de fortificaciones que se fue realizando poco a poco por diferentes reinados y dinastías, y con el paso de los años, de los siglos. De ellas sólo se conservan tramos sueltos porque se utilizaba principalmente tierra en su construcción. Se han descubierto en los últimos años nuevas murallas en ruinas que nadie había reconocido, fragmentos que sumados a las fortificaciones erigidas en los diversos períodos históricos y a las que están en pie llegarían a conformar unidas una colosal Gran Muralla de más 56.000 kilómetros, una longitud equivalente a dar una vuelta y media a la Tierra en el ecuador.
A menudo las largas fortificaciones fueron una solución que se adoptaba tras descartar otras formas de relacionarse con los adversarios (la diplomacia, el comercio o las campañas bélicas). Normalmente pensamos en las murallas como un recurso destinado a proteger el interior de un país, a separar a los “buenos” de los “malos”, en este caso a los pacíficos agricultores chinos y sus civilizadas ciudades de sus malvados vecinos bárbaros: hunos, mongoles, manchúes, tártaros, entre otros pueblos nómadas de Asia Central. Sin embargo, las murallas pueden tener un objetivo muy distinto según dónde se construyan. Las fortificaciones fronterizas chinas, demasiado alejadas de las ciudades importantes y de las tierras de cultivo, y próximas a la estepa propiamente dicha, eran más ofensivas que defensivas. Por su peculiar situación, se diría que no estaban destinadas a proteger a los chinos sino a colonizar terreno, expulsando a los nómadas de sus tierras y facilitando la instalación de plazas militares.
Los chinos ya estaban erigiendo murallas hace tres mil años antes de Cristo, y se seguían construyendo cuando Colón llegó a América. En el siglo IX a.C., pueblos guerreros bárbaros invadieron el territorio de los Zhou, la última de las dinastías de reyes anteriores a las dinastías imperiales. Los invasores se aprovecharon de la poca seriedad del rey, que jugaba con su favorita a encender las almenaras de las torres de la muralla para mofarse de los jefes militares que acudían corriendo al palacio y se encontraban con que no había ningún peligro. Cuando finalmente hubo un ataque de los bárbaros, los generales pensaron que era una broma más del monarca y no acudieron a defender la muralla mientras la capital era saqueada. Pero los chinos no sacaron ninguna lección de este primer fracaso de las fortificaciones, y en los siguientes dos mil años siguieron levantando murallas más altas y más costosas pero poco eficaces.
Durante todo el período de los Reinos Combatientes (481-221 a.C.), en el que el imperio chino se desmembró en una serie de microestados, se erigieron una red de fortificaciones amuralladas por toda China para ocupar terreno conquistado y frenar las amenazas exteriores, tanto de los temibles enemigos bárbaros como de los diferentes reinos chinos. Las técnicas empleadas en la construcción de estas murallas primitivas no habían cambiado mucho desde el tercer milenio a.C., cuando se empezó a utilizar la tierra prensada.
Qin Shi Huangdi, el Primer Emperador (259-210 a.C.), unificó la China de los Reinos Combatientes. Fundador de la dinastía Qin, pronunciada “chin”, y posible origen de la palabra China, promovió la construcción de una única gran muralla a lo largo de la frontera septentrional. Gracias a la labor de un gran número de soldados y de cientos de miles de civiles condenados a trabajos forzosos, muchos de los cuales murieron en la empresa, en solo diez años se logró levantar unos 5.000 kilómetros de muralla de tierra apisonada.
Según los arqueólogos, alrededor de la época en que vivió Jesucristo, la dinastía Han, sucesora de la Qin, erigió o reparó más de 10.000 kilómetros de fortificación en toda la frontera septentrional, desde la costa en el nordeste hasta los confines del desierto en el noroeste. La muralla de los Han se convirtió en la mayor construcción de toda la historia de la Humanidad. Algunos de sus tramos, como el situado en el corredor de Gansu, un eje de unión entre dos culturas extrañas – la china y la occidental - separadas por territorios inhóspitos y llenos de peligros, jugaron un papel fundamental como nudo de comunicaciones, proporcionando protección a los mercaderes y a sus ricas caravanas que transitaban por una de las vías comerciales más famosas del mundo: la Ruta de la Seda. A pesar de ser muy vulnerable a la erosión, el sistema defensivote los Han se ha conservado fragmentariamente hasta nuestros días
En realidad, fueron pocas las ocasiones en que las murallas fronterizas constituyeron una defensa real contra las incursiones y los saqueos. En el siglo XIII d.C., las murallas no frenaron la conquista del imperio chino por parte de Gengis Khan y sus hordas mongolas.
La Muralla no se ve desde el Espacio
En 1368, año en que se fundó la dinastía Ming, China llevaba cinco siglos de ocupación extranjera. En la frontera septentrional, después de expulsar a los mongoles, los soberanos de la dinastía Ming construyeron, desde 1576 hasta 1644, un nuevo sistema de fortificaciones, más eficaz, porque se levantaba sobre los relieves de las cadenas montañosas, y más fuerte y elaborado al estar construido con ladrillos de barro cocido y losas de piedra en lugar de tierra apisonada. En él se encuentran los tramos de la Gran Muralla en la forma que hoy en día contemplan los visitantes, como las secciones remozadas en Badaling Mutianyu o Shanghaiguan, a pocos kilómetros de Pekín, u otros tramos más deteriorados, en Jinshanling o Simatai, a 120 kilómetros de la capital.
La muralla Ming mide 8.851 kilómetros, unos 2.000 más de lo que antes se estimaba, según la última investigación oficial china. Se considera que se inicia, en su punto más occidental, en el Paso Jiayuguan, en el desierto de Gobi, provincia de Gansu, y termina en el Paso Shanhaiguan, en el mar de Bohai., en la costa este. A intervalos de entre 250 y 500 metros la fortificación se complementa con torres, plataformas de comunicación o fortalezas, formando un complejo sistema que facilitaba la observación, la comunicación, el combate y el refugio. La distancia entre las torres permitía la comunicación visual o auditiva, para informar de posibles invasiones; las señales utilizaban el humo durante el día y el fuego por la noche, junto con los cañonazos. Las alarmas se transmitían con gran rapidez desde el extremo más occidental hasta el más oriental del país. Se calcula que fue custodiada por más de un millón de guerreros.
La dinastía Ming tampoco se benefició de la protección de la teóricamente inexpugnable Gran Muralla contra sus adversarios más peligrosos, los manchúes, que en 1644 comenzaron a gobernar China con el nombre de “dinastía Qing”. Los invasores no tenían más que recorrer la muralla hasta encontrar un punto débil, y a veces les bastaba con sobornar a un oficial para que abriera la puerta de la fortaleza. En el año de su incursión definitiva en Pekín, un general chino facilitó a los manchúes el acceso a través del fortificado paso fronterizo de Shanhaiguan. Una traición a cambio de la libertad de una mujer, cautiva de los manchúes, de la que el general estaba profundamente enamorado. La mayor obra de ingeniería civil de todos los tiempos falló, no debido a ninguna debilidad estructural, sino a causa de los encantos de una hermosa joven.
El astronauta Yang Liwei no sólo fue el primer chino en viajar al Espacio y regresar para contarlo. Además, desmontó uno de los mitos más extendidos sobre la carrera espacial: "la Gran Muralla china no se ve desde ahí arriba", dijo. Es más, ningún astronauta ha conseguido verla a simple vista. Liwei contradecía así a los que siempre han dicho que la Muralla es el único monumento construido por el hombre que puede ser contemplado desde el Espacio.
Ningún ojo humano podría ver la Gran Muralla a simple vista desde la órbita terrestre, a una altura de entre 160 y 320 kilómetros de nuestro planeta, debido a las limitaciones propias de nuestro órgano visual. El parámetro relevante no es la longitud del monumento, sino su ancho, normalmente menor de 6 metros. Ver la Gran Muralla desde una distancia de 160 kilómetros sería lo mismo que ver un cable de 2 centímetros de diámetro desde ¡más de medio kilómetro de distancia! Nuestros ojos deberían poseer una agudeza visual 7,7 veces superior a la normal o 3 veces mayor que la alcanzada por un halcón.
Obviamente, todavía sería menos probable ver la Muralla china desde la Luna, situada a una distancia mínima de 350.000 kilómetros, con lo cual la agudeza visual debería ser 17.000 veces mejor que la del ojo humano sano (en este caso sería equivalente a ver el cable desde una distancia de más de 1000 kilómetros de distancia).
La Gran Muralla no pertenece sólo a China. Fue nombrada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en el año 1987.
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