Desde la cima del cerro del Corcovado, que ofrece una vista impresionante de la ciudad carioca y su bahía, el imponente monumento religioso parece llamar al mundo a la Paz, al Hermanamiento y el Amor con ese gesto que tan famoso ha hecho su silueta de brazos abiertos.
Tan linda y llena de gracia como la chica de Ipanema, a la que cantaba Tom Jobim, una leyenda de la música brasileña, Río de Janeiro, que será sede de los Juegos Olímpicos de 2016, deslumbra al viajero gracias a su incomparable entorno natural y al buen humor y forma de vivir de sus gentes, siempre dispuestos para la fiesta. Río, simplemente, vive. Ríe. Disfruta (y mucho). Dicen que es la ciudad más feliz del mundo, el lugar idóneo para la diversión, la alegría, el baile y todo lo que se quiera añadir en relación a pasarlo en grande. Todo cabe en la Cidade Maravillosa, donde el tiempo no corre, baila a su propio ritmo.
Pero Río es mucho más que míticas playas, culto al cuerpo, caipiriñas samba y pasión futbolística. Una de sus principales singularidades es su entorno, que atesora uno de los parajes naturales más hermosos que una ciudad pueda soñar. Su extraordinaria geografía (la “geografía perfecta” en palabras del arquitecto suizo Le Corbusier) es un compendio armonioso de playas, montañas, cerros, lagunas, islas y florestas tropicales. En ese paraíso natural juegan un papel muy relevante los morros, característicos picos de granito que se elevan directamente del borde del mar, llamados cada uno por su nombre: Urca, Pedra da Gavéa, Dois Irmâos, Pan de Azúcar y Corcovado.
El Parque Nacional de la Tijuca, considerado el bosque urbano más extenso de la Tierra, es quizás el patrimonio más preciado de Río, un pulmón envidiado por otras urbes en su lucha contra la contaminación. El morro del Corcovado, localizado en el interior de dicho Parque, es una de sus formaciones montañosas más peculiares. En su cima, que alcanza los 710 metros de altitud, se encuentra una de las esculturas más famosas del mundo, el Cristo Redentor. Es, más que la postal de Río, el símbolo de Brasil.
En 2007, el Cristo Redentor entró a formar parte de las llamadas Siete nuevas maravillas del mundo, junto con el Coliseo de Roma, el Taj Mahal de India, la Gran Muralla China, las ruinas de Petra en Jordania, el santuario inca de Machu Picchu en Perú y la antigua ciudad maya de Chichén Itzá en México. Son todas ellas construcciones arquitectónicas que rebasan límites, lo convencional, lo normal, transformando su entorno de una manera incomparable. Son obras de la arquitectura ya sean realizadas en la antigüedad o producto de la ingeniería moderna que innovan y enfrentan los retos de su tiempo logrando lo imposible y dejando una huella que perdurará por siempre en la historia de la Humanidad.
La imponente estatua del Redentor, inaugurada en 1931, es no sólo una de las mejores muestras de estilo “Art déco” del siglo XX, sino además uno de los hitos de la arquitectura e ingeniería contemporáneas. Representa a Jesucristo que parece llamar al mundo a la Paz, el Hermanamiento y el Amor con ese gesto que tan famoso ha hecho su silueta de brazos abiertos. La figura se ha convertido en un símbolo del profundo sentimiento religioso del pueblo brasileño y de su cálido espíritu de bienvenida. El Cristo es una parte integral de la vida de Río de Janeiro y tanto los cariocas (natural de Río) como los turistas le profesan un cariño y una devoción especiales.
Para llegar a él, lo más recomendable es subirse a un ferrocarril de cremallera de color rojo que parte cada treinta minutos desde la base del Corcovado, en la rua Cosme Velho 513. El viaje es de lo más relajante y el tren, que camina a doce sosegados kilómetros por hora, atraviesa la espesa floresta donde se puede ver algún que otro animal salvaje. El tren sube hasta la cima del cerro en unos veinte minutos.
Una vez arriba, si el día está despejado (de lo contrario la visita pierde mucho interés)la visión del paisaje es indescriptible. Uno queda inmediatamente prendido de su magia. Río de Janeiro y sus alrededores empapan la retina en 360 grados. Desde el mirador, al pie del Cristo Redentor, se abre la ciudad, su bahía, sus espectaculares colinas y las célebres playas de Copacabana e Ipanema. Un maravilloso escenario modelado por los poderes de la Naturaleza
Nos acercanos al majestuoso monumento, el motivo principal de nuestro viaje. Mistico,único, monumental, el Cristo del Corcovado despierta nuestros sentidos, incluso el olfato, porque huele a santidad. La escultura se halla orientada al este, de cara a la bahía de Guanabara, origen de la ciudad, primer punto al que llegaron los navegantes portugueses el día de año nuevo de 1502. En aquella época, las bahías eran también llamadas ríos, por lo cual los portugueses la denominaron Río de Janeiro, que significa “Río de Enero”.
Entre los principales ejecutores de la descomunal escultura se encuentran el ingeniero brasileño Heitor da Silva Costa, el autor del proyecto, el artista plástico Carlos Oswald, autor del diseño final del monumento, y el escultor francés de origen polaco Paul Landowski, ejecutor de la obra. La primera piedra fue colocada el 4 de abril de 1922, aunque la construcción empezó en 1926. El monumento fue inaugurado el 12 de octubre de 1931 con motivo de los actos de conmemoración del Centenario de la Independencia de Brasil.
Las cifras son vertiginosas: la estatua está situada a más de setecientos metros sobre el nivel del mar y su altura es de 38 metros (equivalente a la de un edificio de diez pisos), ocho de los cuales pertenecen al pedestal. Y su peso supera las mil toneladas. La escultura, de hormigón armado, tiene entre sus logros el hecho de que nadie muriera en accidente durante las obras, algo que no era normal en la época y con proyectos de esa dimensión. Por las condiciones de construcción, sobre una base en la que casi ni cabía el andamio, con fuertes vientos, y la propia estructura de la estatua, con la cabeza inclinada y los enormes brazos extendidos hacia el vacío, el proyecto representó todo un desafío para los ingenieros. Uno de los padres del proyecto calificó la obra de “hercúlea”.
El Cristo no presenta ningún objeto en sus manos. El boceto inicial, en cambio, planteaba una figura que cargaba una cruz y sujetaba un globo terráqueo; pero el diseño final se estilizó y el propio Cristo pasó a ser la cruz. A los pies de la estatua, y dentro de la base de la misma, existe una capilla dedicada a Nuestra Señora Aparecida, la patrona de Brasil. De diseño sencillo, solo tiene veinte asientos, y en ella se puede rezar, sin el agobio de turistas, y asistir a servicios religiosos.
La estatua del Redentor es captada diariamente por las cámaras de miles de turistas que contemplan y trasforman este punto en una verdadera “torre de Babel”.Muchos de ellos repiten, pues la obra de la Naturaleza y la realizada por la mano del hombre se funden, en ese lugar, con absoluta perfección. Pura armonía. Ahí reside el secreto de la extraordinaria belleza de esta maravilla del mundo.
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