Deslumbrante como joya de piedra en la selva esmeralda
Su espectacular pirámide y sus espléndidos templos evocan el glorioso pasado de una civilización milenaria, una de las más poderosas que existió jamás
Si existe una civilización prehispánica americana que haya despertado especial interés en el mundo occidental, ésta es, sin duda, la de los antiguos mayas. Un imperio que abarcó 400.000 kilómetros cuadrados de la selva tropical de México, Guatemala, Belice, Honduras y El Salvador. Sus realizaciones fueron muy destacadas, tanto en el campo de la arquitectura y el urbanismo como en el del arte y el pensamiento.
En un territorio tan hostil como la jungla centroamericana, los mayas fueron capaces de crear todo un imperio, estratificado en castas y distribuido en ciudades-estado, que sobrevivió 3.000 años hasta decaer por razones aún desconocidas hacia el año mil de nuestra Era. Fueron excelentes astrónomos y matemáticos que elaboraron un calendario aún más exacto que el que se usa en la actualidad, predijeron eclipses de Sol y de Luna y descubrieron el concepto de cero antes que otras muchas culturas. Los monarcas mayas gobernaron magníficos centros ceremoniales y ciudades-estado independientes, y, en bastantes ocasiones, enfrentadas, dirigiendo dinámicas sociedades de agricultores, artesanos, astrónomos y escribas.
La gran crisis de la civilización maya entre los siglos IX y X de nuestra Era no asoló el norte de la península de Yucatán, en México, donde florecieron imponentes centros ceremoniales como Chichén Itzá, Uxmal, Kabáh, Mayapán, Sayil o Labná. Chichén Itzá, una de las más extensas y grandiosas urbes mayas, mantuvo la fama de lugar sagrado, en torno a un cenote o pozo natural en el que se realizaban ceremonias de sacrificios humanos y ofrendas a los dioses.
Chichén Itzá conoció también, a partir del siglo X, un período de esplendor, asociado a la llegada de un nuevo pueblo invasor: los toltecas de Tula, ciudad situada a mil kilómetros de distancia, en un medio totalmente distinto al de la selva yucateca. Los toltecas, un pueblo eminentemente guerrero, conquistaron Chichén Itzá, pero fueron seducidos por la espléndida cultura de los vencidos. Mayas y toltecas, dos sociedades muy diferentes, supieron convivir en paz y armonía. Todo ello encontró reflejo en el urbanismo, la arquitectura y el arte de la ciudad. La influencia de los toltecas se tradujo en la introducción de la adoración a Quetzalcóatl, la “Serpiente emplumada”, llamada Kukulkán por los mayas, la divinidad a la que se rendía culto preferente en Chichén Itzá.
Deslumbrante como joya de piedra en la selva esmeralda, Chichén Itzá estaba poblada por gentes pertenecientes a los estratos más elevados de la sociedad maya. Además de los linajes gobernantes, residían en la ciudad permanentemente los tesoreros, los recaudadores de tributos y los que ayudaban en la corte y el séquito de los soberanos. Los sacerdotes eran numerosos. Y cuando los toltecas se hicieron con el control de la urbe aumentó notablemente el número de guerreros. Los agricultores, por su parte, vivían en aldeas esparcidas por la jungla, pero acudían en masa a las ceremonias que tenían lugar en el área urbana.
Chichén Itzá estaba formada por varios conjuntos arquitectónicos, separados o protegidos por murallas, que se comunicaban a través de una tupida red de calzadas. Se han excavado hasta ahora unos 25 kilómetros de la antigua ciudad, que corresponden sobre todo a áreas ceremoniales, palacios y templos, ya que la población residía en diversas zonas según su rango; cuanto mayor era éste, más cerca del gran centro ceremonial se vivía. Los reyes, que tenían carácter divino y oficiaban como sumos sacerdotes, ocupaban el lugar más alto en la pirámide social, seguidos por los sacerdotes emparentados con ellos, los guerreros, los artesanos, los comerciantes y los campesinos. El último peldaño social lo ocupaban los esclavos, en su mayoría prisioneros de guerra.
Un recorrido por las ruinas de la grandiosa y opulenta metrópoli maya nos conduce en seguida a lugares que desempeñaban importantes funciones de culto religioso. El cenote sagrado, por ejemplo, estaba ligado a ceremonias de sacrificios humanos. Se cree que las víctimas eran arrojadas a este pozo lleno de agua, de 35 metros de profundidad, desde una plataforma construida junto al borde. Los antiguos mayas creían que el cenote era la vía de acceso al subsuelo o inframundo, donde se encontraba la morada de los muertos y los dioses. En él residían las fuerzas telúricas que ocasionaban las tormentas y las nubes que traían la lluvia; por allí transitaba el Sol durante la noche y ése era el lugar donde se originaba el maíz que brotaba en los campos.
Se supone que la intención de los sacerdotes era invocar a los dioses por medio de los sacrificios, solicitando lluvias, buenas cosechas, victorias en el campo de batalla, o, seguramente, la prosperidad del reino y de sus gobernantes. Las ofrendas eran dañadas, “matadas”, antes de ser arrojadas a las aguas verdes del cenote, indicio, tal vez, de su destino a una dimensión no humana, sino sagrada. Se han recuperado gran cantidad de huesos humanos, sin duda de las personas sacrificadas a lo largo de los siglos. Según se ha sabido recientemente, los restos hallados corresponden principalmente a niños no mayores de once años y a hombres adultos, y no a doncellas vírgenes sacrificadas como se creía hasta ahora. También han aparecido multitud de ofrendas de oro y plata, jade, copal (la resina aromática utilizada en estos rituales), vasijas, aderezos e imágenes de madera. En el cenote de Chichén Itzá los arqueólogos han descubierto unos hermosos escudos o espejos ceremoniales, formados por centenares de fragmentos de turquesa, concha y obsidiana, tallados con maestría y montados sobre madera.
La cámara de los sacrificios
Los múltiples y monumentales edificios de la gran explanada de Chichén Itzá están presididos por la pirámide Kukulkán, también llamada El Castillo, uno de las construcciones más notables de la arquitectura maya. Es una pirámide de cuatro lados que culmina en un templo rectangular. Tiene una altura de 30 metros y nueve niveles ascendentes, los mismos que existían en el inframundo maya. Cada lado de la pirámide presenta una gran escalinata que lleva al templo superior. Cuatro escalinatas con 91 gradas o peldaños conducen al santuario desde los cuatro lados del edificio. En total 364 escalones, mas uno, que se encuentra en la entrada del templo; en suma, 365 peldaños que, según el calendario maya, corresponden a los días del año astronómico.
Balaustradas de piedra flanquean cada escalera, y en la base de la escalinata norte se asientan dos colosales cabezas de serpientes emplumadas, efigies del dios Kukulcán, imagen de la dualidad de la vida y la muerte. Kukulkán habría sido una especie de dios Sol, afín al Ra de los egipcios. Su nombre significa: “Dios del rostro del Sol”. En la escalinata norte y muy particularmente en sus pretiles o balaustradas, donde dos veces al año, durante los equinoccios de primavera y otoño, el 21 de marzo y el 22 de septiembre respectivamente, un mágico juego de luces y sombras crea la imagen del cuerpo de la serpiente-dios, que parece moverse majestuosa, descendiendo y rematando en la mencionada cabeza pétrea situada en la base inferior de la escalinata. El fenómeno se aprecia en todo su esplendor en las citadas fechas, al ponerse el Sol, cuando los rayos solares penetran por la esquina norponiente y dibujan la sombra que proyectan las nueve aristas de las plataformas, que integran el gran edificio.
Durante los solsticios de junio y diciembre tiene lugar otro singular fenómeno en la pirámide. En esas fechas, un 50 por ciento del edificio aparece iluminado y un 50 por ciento permanece en la oscuridad, indicando con ello el momento exacto de los solsticios de verano e invierno respectivamente. Gracias a estos admirables juegos de luz y sombra, los antiguos mayas elaboraron un ingenioso calendario que les permitía conocer la llegada de los solsticios y equinoccios, fechas importantes para los ciclos agrícolas, relacionados con la llegada de las estaciones secas y húmedas.
Dentro del edificio visible se ha descubierto una pirámide más antigua. Se trata de una estructura cuadrada, de 30 metros de lado, cuya plataforma tiene 16 metros de alto. Bajo la mampostería de la construcción que la cubría, la pirámide antigua estaba intacta: su templo superior, accesible mediante una escalinata que subía por el lado norte, está formado por dos cámaras abovedada, situada una detrás de otra. Cuando se realizó este descubrimiento, el santuario contenía aún los vestigios de los últimos rituales que allí se habían celebrado. En la entrada, el visitante se encuentra con un altar para las ofrendas, con forma de estatua, Chac Mool, que representa a un enigmático personaje tumbado boca arriba, con las piernas dobladas y el torso levantado, apoyándose en los codos. Sobre su vientre, un cuenco destinado a recibir las ofrendas del sangriento ritual tolteca: los corazones arrancados del pecho de las víctimas sacrificadas, o las cabezas cortadas de los jugadores de pelota.
En el centro del segundo recinto, conocido como cámara de los sacrificios,, los arqueólogos hicieron un sorprendente hallazgo: un trono de piedra en forma de jaguar pintado de rojo y con incrustaciones de jade verde que representan las manchas del pelaje de la fiera. El animal —medio estatua, medio mueble— vuelve la cabeza hacia la entrada —igual que el Chac Mool— aterrorizando al recién llegado con su amenazadora boca, provista de colmillos, y unos ojos esféricos verdes y desorbitados en extremo. Una imagen así debía mantener a distancia a los asistentes a las ceremonias que el soberano de Chichén Itzá, sentado en este trono, presidía. Mientras que la primera pirámide maya-tolteca de Chichén Itzá se remonta a finales del siglo X o a principios del XI, la segunda pirámide dataría de la segunda mitad del XI o de comienzos del XII, teniendo en cuenta que la ciudad parece haber sido abandonada hacia el 1.200.
Al noreste de la pirámide de Kukulkán se extiende un grupo de tres edificios conocido como el Templo de los Guerreros. Uno de ellos, el llamado grupo de las Mil Columnas es un conjunto inconfundible por la extraordinaria cantidad de columnas y pilares que formaban parte de los edificios, y que hoy, al haber desaparecido las techumbres que sostenían, aparecen como un disciplinado ejército pétreo en formación. El grupo totaliza 200 pilares cuadrados y columnas redondas que sostenían bóvedas de hormigón sobre dinteles de madera. La audacia de los arquitectos de Chichén Itzá consistió en combinar los numerosos soportes (pilares o columnas) de los toltecas con las grandes bóvedas de piedra de la arquitectura de los mayas. El arco o la bóveda falsa fue un elemento exclusivo de sus creativas construcciones.
El edificio más significativo de este conjunto es el templo de los Guerreros propiamente dicho, de forma piramidal-escalonada, una clara muestra de la influencia de los toltecas en Chichén Itzá. A él se llega mediante una escalinata axial que desemboca en la plataforma superior, donde se encuentra el tercer edificio del grupo. Una escultura de Chac Mool precede al pórtico de entrada formado por dos grandes serpientes de cascabel, con la boca a ras del suelo —una boca amenazadora, abierta de par en par— y la cola levantada, soportando el dintel.
En la cúspide de la sociedad maya, los reyes divinos y los miembros de la nobleza eran grandes guerreros y estrategas. Las casta superiores imponían la dominación de los vasallos, considerados como seres inferiores, y de los esclavos, quienes estaban ubicados en el escalón más bajo de la pirámide social. Las contiendas se iniciaban con grandes desfiles, portando estandartes sagrados al son de tambores, las flautas y las caracolas. Durante el curso de la batalla los guerreros ejecutaban actos de magia y hechicería para convertirse en águilas y jaguares. La pintura corporal, el aspecto del cabello, y los alaridos buscaban infundir terror entre los enemigos. Los combatientes se armaban con corazas acolchadas de algodón, lanzas de pedernal, hachas y mazas. Utilizaban catapultas para arrojar nidos de avispas sobre las filas enemigas. Paralelamente a las iniciativas bélicas, los antiguos mayas desarrollaron el arte de la política y la diplomacia.
Otro edificio sorprendente de Chichén Itzá es el juego de pelota, ubicado al noroeste de Kukulkán. Hay más de diez edificios para la práctica del rito del juego de pelota, pero el mayor, único por sus dimensiones y características en toda Mesoamérica, es el de la gran explanada del sector tolteca. Mide 140 metros por 35 metros. Dos muros inclinados a cada lado de la cancha hacen de límite. Los jugadores debían impactar la pelota en alguno de los tres discos de piedra distribuidos en el área de juego, o en los aros del mismo material suspendidos de la paredes. La pelota era de caucho, sumamente pesada y dura. Ésta podía ser golpeada con los codos, la cadera y las rodillas. El análisis de la momia de un príncipe maya permitió saber que había fallecido por la rotura del esternón, fruto de un golpe brutal con la pelota.
La cancha era la representación del Universo, el espacio sagrado en el que se desarrolla el eterno combate entre la luz y las tinieblas, donde se desplazan los astros, el Sol y la Luna, bajo el arbitraje del amo de Xibalba, el Señor del Más Allá. Este juego sagrado representaba la guerra eterna entre la luz y la oscuridad, la muerte y el renacimiento del
Sol. Los jugadores podían retar a los dioses de las tinieblas, enfrentarse con ellos, y vencer a la muerte. El capitán del equipo victorioso alcanzaba el honor y la gloria, y podía ser sacrificado a los dioses.
Sobre el muro oriental del juego de pelota se erigió un pequeño santuario al que se conoce como templo de los Jaguares por las representaciones de estos felinos que hay en su friso. Lo presiden dos gruesas columnas de piedra en forma de serpiente emplumada. El templo de los Jaguares y de los Guerreros fueron lugares privilegiados para la práctica de los sacrificios humanos. Según el pensamiento maya, esos rituales eran imprescindibles para garantizar el funcionamiento del Universo, el devenir del tiempo, el paso de las estaciones, el crecimiento del maíz (el componente fundamental de su dieta), y la vida de los seres humanos. Los sacrificios eran necesarios para asegurar la existencia de los dioses.
Los jóvenes guerreros pertenecientes a las huestes enemigas eran las presas más codiciadas. Su corazón era extraído fuera del cuerpo para ofrecerlo a los dioses. En el caso de capturar a un gobernante, o a un jefe principal, la víctima era reservada para ser decapitada durante una ceremonia especial. También se puso en práctica el descuartizamiento, realizado en ocasiones durante el juego de pelota.
El sur de Chichén Itzá no posee edificios tan espectaculares como el norte, pero desvela muchas cosas sobre la cultura y la sociedad de la metrópoli maya-tolteca. Sus edificios son típicamente del estilo Puuc, con muros bajos lisos sobre los que se abren frisos muy ornamentados, que se representan por columnillas y figuras trapezoidales, serpientes enlazadas y, en muchos casos bicéfalas, mascarones del dios de la lluvia, Chaac, con sus grandes narices que representan los rayos de las tormentas, y serpientes emplumadas con las fauces abiertas saliendo de las mismas seres humanos.
El panteón maya era numerosísimo, con divinidades altamente especializadas. Ah Mun era el dios del maíz, en batalla permanente con Ah Puch, el dios de la muerte. También se relacionaban con el inframundo Ek Chuah, un dios de la guerra que aparece vestido de negro, divinidad de los comerciantes y del cacao. IxChel. la diosa del arco iris, la medicina, la adivinación y la maternidad, y Buluc Chabtan, dios guerrero de los sacrificios humanos, entre otros.
Caminando desde el juego de pelota se llega a la tumba del Sumo Sacerdote, una pirámide escalonada de 10 metros de altura. Cerca de allí se encuentras otros templos como el del Venado y el Chichanchob o casa Colorada. Algo más al sur está el conjunto de las Monjas, tres edificaciones en una elaborado estilo Puuc. Los españoles le dieron este nombre por su parecido con los conventos europeos, dada la abundancia de cuartos pequeños y oscuros en los que se creía que habían vivido las sacerdotisas mayas.
Cuando los dioses no escuchan
Al norte del grupo de las Monjas se asienta uno de los más sorprendentes logros de la arquitectura maya, el llamado Caracol, la única estructura circular en Chichén Itzá. Se trata de un observatorio, de unos 13 metros de altura, provisto de una escalinata espiral y ventanas desde las que se llevaban a cabo observaciones a simple vista de los fenómenos celestes. Los sacerdotes mayas describieron las posiciones del Sol, la Luna, Marte, y registraron los eclipses. Siguieron con detenimiento los movimientos de Venus, planeta al cual le asignaban una gran importancia en la determinación de guerras y sacrificios.
Gracias a la precisión de su calendario, los antiguos mayas eran capaces de organizar sus actividades cotidianas, y registrar simultáneamente el paso del tiempo. Para ellos, un día cualquiera pertenecía a una cantidad mayor de ciclos que el calendario occidental. Idearon dos calendarios. Al año astronómico de 365 días, denominado Haab, superponían el año sagrado de 260 días, llamado Tzolk. Este último calendario era usado en los rituales, celebraciones religiosas y predicciones astrológicas.
Su aportación clave a las matemáticas fue la creación del número cero, un concepto abstracto que permaneció ausente durante siglos en otras culturas. Emplearon la cuenta vigesimal –multiplicando por veinte en lugar de por diez – y no la decimal como la actual. Los científicos se preguntan si usarían los dedos de las manos y los pies para contar. Establecieron un “día cero” , que según algunos investigadores corresponde al 12 de agosto de 3113 a.C. Se desconoce qué sucedió, aunque probablemente se trate de una fecha mítica.
En materia de tecnología, este pueblo fabricó un pigmento, conocido como “azul maya”, que ha asombrado a los científicos actuales debido a sus extraordinarias propiedades. Se ha dicho que el “azul maya” es virtualmente indestructible. Cabe destacar, por otra parte, que los mayas nunca descubrieron la manera de fabricar utensilios de hierro. Sin embargo, usaron obsidiana, tan fuerte como el hierro para cortar la roca caliza y construir sus ciudades. Conocían la rueda, pero sólo la usaron en juguetes para los niños.
Esta espléndida civilización desarrolló también un sofisticado sistema de comunicación por signos. Los glifos componían un complejo sistema de escritura y lenguaje gráfico, integrado por más de 700 signos, especiales para representar cualquier clase de pensamiento. Esta escritura jeroglífica está grabada o pintada sobre estelas (monumentos en piedra), altares (piedras circulares asociadas a estelas), paredes, escaleras, tronos, cerámica, objetos de adorno personal, códices e incluso en el cuerpo. Los mayas atribuían poderes mágicos a sus dibujos y pictografías. Todas las frases que se han logrado traducir se refieren a asuntos dinásticos y sagrados.
El período Clásico (292 – 900 d.C.) fue la época de esplendor maya, una etapa creativa que duró más de 600 años. Pero con la misma rapidez con que se habían desarrollado, las ciudades más importantes comenzaron a declinar y fueron abandonadas. El imperio maya desapareció por completo como civilización de una forma traumática, cuando estaba en el cenit de su poder. La explosión demográfica, el desastre ecológico provocado por el cambio climático, la intensa sobreexplotación de los recursos de su ecosistema, los gastos de guerra, la incompetencia de sus clases dirigentes para combatir la escasez de alimentos, la pérdida de la capacidad para comunicarse con los dioses, y las revueltas de la población estarían en la base de la (aún) misteriosa desaparición de aquél imperio mesoamericano, cuyo esplendor se vislumbra todavía en Chichén Itzá. Aquél colapso provocó uno de los mayores desastres demográficos de la historia de la Humanidad. Los arqueólogos han concluido que la decadencia ocurrió en diferentes épocas y en distintas áreas.
En 1244 las ciudades de Chichén Itzá, Mayapán y Uxmal se enfrentaron en una guerra. Mayapán derrotó a Chichén Itzá, la destruyó y sometió a su población a la esclavitud, dominando la península de Yucatán durante los próximos años. Los reyes y las grandes instituciones de la sociedad maya habían desaparecido antes de la llegada de los españoles, a mediados del siglo XVI. Aunque algunos historiadores españoles registraron el descubrimiento de templos en ruinas, no fue hasta el siglo XIX que el mundo conoció de la existencia de ciudades mayas, como Chichén Itzá, enclavadas en la jungla. Intrépidos aventureros como el conde Frederick Waldeck, John L. Stephens y el artista Frederic Catherwood visitaron los asentamientos, y escribieron acerca de ellos. Existen fotografías tomadas a principios del siglo XX donde aparece la pirámide de Kukulkán desfigurada por la vegetación y el paso del tiempo.
Pese a la caída de aquella gran civilización, que dábamos por extinguida, en la actualidad existen en México importantísimas poblaciones indígenas, herederas de las tradiciones, que mantienen viva la cultura, la lengua, y el pensamiento de sus antepasados mayas. Seguir sus pasos a través de su pasado, es una apasionante aventura hacia el alma de un pueblo que nunca podrá ser olvidado.
En 1988, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), declaró a Chichén Itzá como Patrimonio de la Humanidad. En 2007, este santuario de los mayas fue denominado como una de las “Nuevas 7 maravillas del mundo".