Un navío funerario vikingo, de más de un milenio de antigüedad, ha sido encontrado en una remota península escocesa
fig. 1
fig. 2
fig. 3
fig. 4
fig. 5
fig. 6
fig. 7
fig. 8
fig. 9
fig. 10
Siempre han sido objeto de una leyenda negra. Lo cierto es que la sola vista de sus barcos en el horizonte causaba pavor. Altos, corpulentos y fuertemente armados con hachas y espadas, escudos y lanzas, los vikingos (fig. 1), los llamados hombres del norte, sembraron el pánico en las costas de Europa entre los siglos IX y XI. Desde finales del siglo VIII estos expedicionarios y guerreros escandinavos emprendieron una larga sucesión de expediciones marítimas por el Atlántico norte.
Lejos de ser una sociedad bárbara exclusivamente orientada a la guerra, la Escandinavia de la que procedían los vikingos constituía un territorio económicamente evolucionado, con una próspera agricultura y un comercio muy dinámico. A pesar de que su reputación ha sido parcialmente rehabilitada y son reconocidos como comerciantes, agricultores y brillantes carpinteros y trabajadores del metal y la artesanía, la estampa tópica de los vikingos los pinta como simples piratas dedicados a saquear puertos y ciudades de un extremo a otro de Europa. Ciertamente, son numerosos los episodios que justifican esa leyenda negra –«De los normandos, líbranos, Señor», llegó a rezarse en las iglesias medievales –. Sus navíos y su armamento quedaron asociados con una amenaza imprevisible y terrorífica, ante la que debían doblegarse ciudades, príncipes e incluso reyes.
En todo caso, su papel en la historia de Europa entre los siglos IX y XI tuvo un enorme protagonismo. Dinastías reales vikingas se establecieron de forma permanente en Irlanda, Inglaterra, Escocia y Normandía, así como en Islandia, desde donde llegaron a las costas de Groenlandia y a las de América del Norte.
Sus barcos, los famosos «drakars», se desplazaban con extraordinaria rapidez y constituían excelentes almacenes del producto de sus pillajes – mujeres, cereales, ganado y metales preciosos -. De hecho, su diseño permitía llevar incluso caballos destinados al asalto de poblaciones y, por supuesto, almacenar magníficamente todo tipo de bienes
Por el este penetraron en Rusia hasta alcanzar el mar Caspio, y por el sur bordearon las costas de Francia y la Península Ibérica y llegaron a los estuarios de ríos importantes como el Sena o el Guadalquivir y, remontándolos, se adentraron en el interior para asaltar ciudades, como Sevilla. Sus incursiones a través del estrecho de Gibraltar llegaron tan lejos como Constantinopla, que fue atacada infructuosamente.
A pesar del arrojo sin límites de los guerreros vikingos (fig. 2), había algo por lo que sí mostraban temor y era su destino final en el más allá. En la mitología nórdica, si el difunto no era enterrado de forma apropiada, estaba condenado a no entrar en el Valhalla, una especie de paraíso donde los más valientes guerreros, caídos en combate, creían que pasarían la eternidad. Los que no conseguían méritos suficientes para ascender al Valhalla, terminaban en el Helheim (reino de la oscuridad y de las tinieblas, gobernado por la diosa Hela).
Gracias a la arqueología, se sabe que los vikingos solían incinerar a sus muertos en una pira, construida de forma que la columna de humo fuera lo más grande posible para elevar al difunto a la otra vida. En la ceremonia se usaba una embarcación mortuoria o barco tumba (fig. 3) como receptáculo para el cadáver y su ajuar funerario. Después se creaba el túmulo amontonando sobre los restos tierra o piedras. Estos entierros estaban reservados para personas de alto estatus.
El hallazgo se ha conocido ahora. En la península de Ardnamurchan (fig. 4), en la costa occidental de Escocia, ha sido encontrado una de esas embarcaciones funerarias (fig. 6), de más de un milenio de antigüedad. En su interior, se hallaron algunos restos humanos junto con un importante ajuar funerario, que sugiere que la tumba se habría librado del saqueo de los buscadores de tesoros.
En cuanto empezaron a excavar (fig. 5), los arqueólogos tropezaron con una hilera de pernos de hierro, remaches oxidados, algunos todavía unidos a trozos de madera, de una embarcación, que tuvo originalmente 5 metros de eslora y 1,5 metros de manga. La madera se había podrido hace tiempo, pero había dejado una impronta muy precisa en el suelo y todos los materiales no perecederos seguían en su sitio. Se encontraron restos de un hacha (fig. 8), una espada (fig. 7), con la empuñadura bellamente decorada, un escudo y una lanza. Además de estos objetos había un anillo de bronce, un cuchillo, una piedra de afilar, un pasador de bronce (fig. 9) y un recipiente para beber, así como diversas piezas de alfarería. Apenas se encontraron restos humanos. Sólo se recuperaron fragmentos de un hueso del brazo y varios dientes (fig. 10).
A juzgar por la naturaleza del enterramiento, sus descubridores, que pertenecen a las universidades de Manchester y Leicester, en Gran Bretaña, sugieren que el hombre que allí estuvo enterrado fue un caudillo militar que probablemente murió en alguna de las numerosas batallas de la época, que contó con el ritual necesario para ingresar en el Valhalla.
Fotos: Jeff J. Mitchell/ CFA Archaeology
Siempre han sido objeto de una leyenda negra. Lo cierto es que la sola vista de sus barcos en el horizonte causaba pavor. Altos, corpulentos y fuertemente armados con hachas y espadas, escudos y lanzas, los vikingos (fig. 1), los llamados hombres del norte, sembraron el pánico en las costas de Europa entre los siglos IX y XI. Desde finales del siglo VIII estos expedicionarios y guerreros escandinavos emprendieron una larga sucesión de expediciones marítimas por el Atlántico norte.
Lejos de ser una sociedad bárbara exclusivamente orientada a la guerra, la Escandinavia de la que procedían los vikingos constituía un territorio económicamente evolucionado, con una próspera agricultura y un comercio muy dinámico. A pesar de que su reputación ha sido parcialmente rehabilitada y son reconocidos como comerciantes, agricultores y brillantes carpinteros y trabajadores del metal y la artesanía, la estampa tópica de los vikingos los pinta como simples piratas dedicados a saquear puertos y ciudades de un extremo a otro de Europa. Ciertamente, son numerosos los episodios que justifican esa leyenda negra –«De los normandos, líbranos, Señor», llegó a rezarse en las iglesias medievales –. Sus navíos y su armamento quedaron asociados con una amenaza imprevisible y terrorífica, ante la que debían doblegarse ciudades, príncipes e incluso reyes.
En todo caso, su papel en la historia de Europa entre los siglos IX y XI tuvo un enorme protagonismo. Dinastías reales vikingas se establecieron de forma permanente en Irlanda, Inglaterra, Escocia y Normandía, así como en Islandia, desde donde llegaron a las costas de Groenlandia y a las de América del Norte.
Sus barcos, los famosos «drakars», se desplazaban con extraordinaria rapidez y constituían excelentes almacenes del producto de sus pillajes – mujeres, cereales, ganado y metales preciosos -. De hecho, su diseño permitía llevar incluso caballos destinados al asalto de poblaciones y, por supuesto, almacenar magníficamente todo tipo de bienes
Por el este penetraron en Rusia hasta alcanzar el mar Caspio, y por el sur bordearon las costas de Francia y la Península Ibérica y llegaron a los estuarios de ríos importantes como el Sena o el Guadalquivir y, remontándolos, se adentraron en el interior para asaltar ciudades, como Sevilla. Sus incursiones a través del estrecho de Gibraltar llegaron tan lejos como Constantinopla, que fue atacada infructuosamente.
A pesar del arrojo sin límites de los guerreros vikingos (fig. 2), había algo por lo que sí mostraban temor y era su destino final en el más allá. En la mitología nórdica, si el difunto no era enterrado de forma apropiada, estaba condenado a no entrar en el Valhalla, una especie de paraíso donde los más valientes guerreros, caídos en combate, creían que pasarían la eternidad. Los que no conseguían méritos suficientes para ascender al Valhalla, terminaban en el Helheim (reino de la oscuridad y de las tinieblas, gobernado por la diosa Hela).
Gracias a la arqueología, se sabe que los vikingos solían incinerar a sus muertos en una pira, construida de forma que la columna de humo fuera lo más grande posible para elevar al difunto a la otra vida. En la ceremonia se usaba una embarcación mortuoria o barco tumba (fig. 3) como receptáculo para el cadáver y su ajuar funerario. Después se creaba el túmulo amontonando sobre los restos tierra o piedras. Estos entierros estaban reservados para personas de alto estatus.
El hallazgo se ha conocido ahora. En la península de Ardnamurchan (fig. 4), en la costa occidental de Escocia, ha sido encontrado una de esas embarcaciones funerarias (fig. 6), de más de un milenio de antigüedad. En su interior, se hallaron algunos restos humanos junto con un importante ajuar funerario, que sugiere que la tumba se habría librado del saqueo de los buscadores de tesoros.
En cuanto empezaron a excavar (fig. 5), los arqueólogos tropezaron con una hilera de pernos de hierro, remaches oxidados, algunos todavía unidos a trozos de madera, de una embarcación, que tuvo originalmente 5 metros de eslora y 1,5 metros de manga. La madera se había podrido hace tiempo, pero había dejado una impronta muy precisa en el suelo y todos los materiales no perecederos seguían en su sitio. Se encontraron restos de un hacha (fig. 8), una espada (fig. 7), con la empuñadura bellamente decorada, un escudo y una lanza. Además de estos objetos había un anillo de bronce, un cuchillo, una piedra de afilar, un pasador de bronce (fig. 9) y un recipiente para beber, así como diversas piezas de alfarería. Apenas se encontraron restos humanos. Sólo se recuperaron fragmentos de un hueso del brazo y varios dientes (fig. 10).
A juzgar por la naturaleza del enterramiento, sus descubridores, que pertenecen a las universidades de Manchester y Leicester, en Gran Bretaña, sugieren que el hombre que allí estuvo enterrado fue un caudillo militar que probablemente murió en alguna de las numerosas batallas de la época, que contó con el ritual necesario para ingresar en el Valhalla.
Fotos: Jeff J. Mitchell/ CFA Archaeology