jueves, 24 de febrero de 2011

EL DESIERTO DE ERG CHEBBI, EN MARRUECOS, Y SUS ESPECTACULARES DUNAS GIGANTES



Naturaleza pura en toda su impresionante belleza


Este mar de arenas cambiantes, cuya existencia se desarrolla en los límites de la irrealidad, desprende un halo de energía especial que consigue transmitir una sensación única, la de estar en otro lugar más allá de nuestro mundo





















Viajamos en la caravana solidaria de Africa Nomadar hasta el corazón del desierto marroquí. Tras cruzar la cordillera del Atlas, que separa las costas del mar Mediterráneo y del océano Atlántico del Sahara, llegamos al oasis de Merzouga. Allí, besando los labios de la vecina Argelia, surge el grandioso paisaje de Erg Chebbi, con sus espectaculares dunas gigantes, un territorio de una belleza sobrecogedora.

La emoción se apodera de nosotros cuando entramos en este mar de arena, antesala del Gran Erg Occidental, una porción del Sahara, el desierto más extenso del mundo. La palabra “erg” procede del árabe y significa “amplia área de arena”. Hace unos 15.000 años, cuando la mayor parte de América del Norte y de Europa se encontraban bajo un ciclo de periodos glaciares, el Erg Chebbi, así como todo el Sahara, eran ricos y fértiles. Numerosas manadas de animales vagabundeaban por las llanuras y las exuberantes praderas. Los hombres prehistóricos vivían y prosperaban allí, y dejaron el testimonio de pinturas rupestres que mostraban esa tierra como un paraíso de cazadores.

El clima fue cambiando gradualmente en todo el Planeta. Los glaciares se derritieron y retrocedieron. Corrientes de aire cargadas de humedad, procedentes del Océano Atlántico, se movieron hacia el norte para precipitar agua sobre Europa en lugar de hacerlo sobre el norte de África. A partir de entonces, el Sahara se vio privado de su humedad y ríos. El suelo se resquebrajó y perdió su fertilidad. La rica tierra se convirtió en un mundo distinto, hostil, de una aridez extrema, abrasado por un Sol implacable y donde no sobreviven sino escasas formas de vida animal y vegetal. El desierto se manifestó como una tremenda realidad, como una especie de monstruo.

El paisaje de Erg Chebbi es alucinante y parece sacado del planeta Marte. Nos proporciona la subyugante sensación de haber atravesado un límite extremo de la vida, y de haber penetrado en otro mundo en el que nos hallamos absolutamente solos, donde se puede oír el silencio y gozar de la libertad en grado sumo, en una realidad que se encuentra fuera de nuestro espacio y de nuestro tiempo.

Los rayos del Sol azotan con despiadada intensidad. La tórrida arena origina un estremecimiento del aire abrasador, desdibujando los contornos del paisaje y confundiendo el ojo humano con las apariciones fantasmales del espejismo. El viento modela las arenas de las dunas, siempre cambiantes, creando infinitas formas abstractas, verdaderas obras de arte de la Naturaleza. El mar de dunas, cuyos colores se metamorfosean desde el rosado pálido hasta el anaranjado rojizo, llega hasta un horizonte de un azul indefinido.

Las grandes dunas en forma de media luna, o barjanes, son impulsadas corrientes aéreas a través del desierto. En algunas zonas, los vientos dominantes amontonan la arena formando auténticas montañas, dunas gigantescas de características únicas en todo el Sahara. La Gran Duna, la mayor de todas, puede alcanzar los 200 metros de altura. Ver atardecer y amanecer desde su cima es un espectáculo maravilloso de colores, luces y sombras. Basta dejarse atrapar por la singular hermosura de este paisaje, contemplándolo tranquila y silenciosamente, para encontrar la paz interior que anhelamos, una deliciosa experiencia.

Los dueños y señores de este reino son los bereberes, cuya población se ha mezclado con los árabes y negros subsaharianos. La hospitalidad es virtud bereber, y un té verde y una larga conversación esperan a quien se deje llevar por un tiempo que, en este medio, pierde el significado al que estamos acostumbrados. La sucesión de los días y las noches, y la evolución de las fases de la Luna, son los únicos ritmos que allí miden el tiempo.

Cuando la mirada se eleva de las interminables arenas hacia las extraterrenales cohortes de estrellas, que hacen solemnes las noches de estos parajes, forjando uno de los espectáculos naturales más asombrosos que puede percibir la vista humana, entonces nos viene a la cabeza aquellas palabras: “El desierto es lo más hermoso de todo; solamente él conmueve como el mar.”





domingo, 13 de febrero de 2011

LAS PIRÁMIDES Y LA APARICIÓN DEL PRODIGIO



"A través de realizaciones como éstas los hombres suben hasta los dioses, o los dioses descienden hasta los hombres" Filón de Bizancio, 280 a.C. - 220 a.C.

(y II)






















La construcción de las pirámides nos parece tan misteriosa, tan difícil de comprender, porque encarna lo opuesto de nuestra situación moderna. Se trataría más bien de un problema de logística a escala colosal. Todos los recursos nacionales del momento debieron de estar comprometidos en la empresa de erigir la pirámide real. Para erigirla se necesitaron entre 20 y 22 años de trabajo ininterrumpido. Durante este tiempo tuvo ocupados de manera continua a unas diez mil personas, entre canteros, portadores y constructores, según recientes estimaciones, (en contra del testimonio del historiador griego Herodoto, que cita cien mil).

Los constructores emplearon toda esa mano de obra, la unieron a una sola empresa y la centraron en un solo punto. Cuadrillas de trabajadores unieron sus esfuerzos para que el nombre de su rey, Keops, fuera recordado por los siglos de los siglos. Aunque utilizaron los medios más sencillos, sin ayuda de herramientas de hierro, poleas o ruedas, mantuvieron una organización de complejidad y eficiencia espectaculares, un esfuerzo común que les permitió tener los gigantescos bloques de piedra, algunos de los cuales se contaban entre los más pesados que hayan movido los hombres, subiendo por las rampas a la alta meseta sobre el valle y hasta la pirámide días tras día, semana tras semana, año tras año. No necesitaban más tecnología

Pero el elemento de más difícil interpretación era la forma de transporte y elevación de los bloques de piedra hasta su ubicación final. Las rampas fueron un elemento esencial para erigir las grandiosas pirámides. La construcción supuso dos desafíos: el primero consistió en construir el volumen de la propia pirámide y el segundo, edificar la Cámara del Rey. El arquitecto francés Jean-Pierre Houdin, que ha dedicado años a investigar el tema, cree que la Gran Pirámide se construyó desde dentro hacia fuera. Rechaza la hipótesis de que toda la pirámide fue construida a través de un a rampa externa. Ésta habría sido larga, empinada e inestable.

Según su teoría, para la primera fase, hasta una altura máxima de 43 metros, se utilizó una rampa externa tradicional, y sólo una vez completada ésta, se pasó a la siguiente etapa, para la que se construyó una rampa interna, que formaba un túnel en el interior de la estructura de la pared externa de la pirámide. El arquitecto, que cree que ese túnel construido hace 46 siglos debe existir hoy, a logrado hacer con la ayuda de un programa informático desarrollado por la compañía Dassault Systems una simulación en tres dimensiones de cómo se fueron apilando los grandes bloques de piedra.

Los látigos no azotaron las espaldas de los pobres esclavos que construyeron las pirámides de Egipto. Y no lo hicieron porque nunca hubo esclavos transportándolas y levantándolas, como nos ha acostumbrado el cine a creerlo, sino hombres libres. Fueron trabajadores egipcios independientes que vivieron, padecieron y murieron hace más de 4.500 años, en la creencia de que, colaborando incluso a costa de sus vidas, para alzar hacia el cielo las inmensas moles que albergarían los restos divinizados de su faraón, ellos también podrían alcanzar la vida eterna al lado de su rey por haber compartido la gloria de dicha construcción. Arqueólogos egipcios y estadounidenses han hallado una necrópolis y los restos de una ciudad, asentamiento permanente de la masa trabajadora, en la meseta de Giza que dan peso a esta teoría.

Las tumbas encierran los restos de capataces y trabajadores que colaboraron en la construcción de las pirámides en el tiempo en el que gobernó Keops (2609 – 2584 a.C.). La necrópolis se encuentra a dos kilómetros al sureste de las pirámides y la Esfinge, a la altura de ésta. Las tumbas fueron descubiertas por el secretario general de antigüedades egipcio Zahi Hawass y el egiptólogo estadounidense Mark Lehner. Para Hawass, el hecho de que las tumbas se encuentren en la misma área sagrada y ceremonial de Giza indica que la gente enterrada no era en absoluto esclavos. “No se hubiera permitido enterrarlos en las cercanías de los faraones”, subraya.

En los esqueletos de los trabajadores sepultados se ha podido documentar el durísimo trabajo que estos realizaban. Los restos humanos presentan evidencias de roturas de costillas, deformaciones en la columna vertebral, artritis degenerativa en la zona lumbar y en las rodillas – resultado de levantar grandes pesos -, incluso amputaciones de piernas y brazos. Algunos recibieron tratamientos de emergencia a pie de pirámide, para la recolocación de huesos rotos. También se ha conocido que la edad media de vida de estos obreros oscilaba entre los 30 y los 35 años.

Por otra parte, están saliendo a la luz los restos de la ciudad donde residían permanentemente los trabajadores de las pirámides. La administración faraónica tenía que organizar, alojar y alimentar a este ejército de obreros. Muchos de ellos eran trabajadores del campo que quedaban inactivos durante los meses en que el Nilo se desbordaba y resultaba imposible trabajar la tierra. Las excavaciones están mostrando la existencia en la urbe de edificios destinados a almacenes para cereales, vino, cerveza y aceite, así como otros cuyo cometido era la manufactura y preparación de raciones de alimentos a base de pan, pescado, carne y, probablemente, hortalizas, todo ello para ser distribuido diariamente entre las cuadrillas de trabajadores. Otras construcciones parecen haber tenido como finalidad la elaboración de herramientas.

La mayoría de los trabajadores provenían de familias humildes del norte y del sur del Antiguo Egipto y eran muy respetados por su trabajo. A pesar de llevar una existencia llena de dificultades, el nivel de vida de estos pobladores de la ciudad de los obreros era más alto que el de los habitantes de cualquier otro pueblo, por lo que se puede decir que se trataba de una especie de élite dentro de la población egipcia.

Las incomparables pirámides perdurarán para siempre, prueba permanente de la habilidad y sofisticación de una civilización extraordinaria que trabajó mucho y duro para construirlas.

SOLEMNE, ETERNA Y MÍSTICA: LA GRAN PIRÁMIDE DE KEOPS

Construida hace más de 4.500 años, es la única de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo que ha sobrevivido hasta nuestros días


Situada en la orilla izquierda del Nilo, junto a El Cairo, en Egipto, es el monumento de piedra más grande, complejo y hermoso que se haya construido nunca: una maravilla de maravillas

(Primera Parte)




































Imponentes estatuas de oro y marfil. Faros gigantescos. Jardines artificiales creados de la nada. Templos de fabulosa elegancia. Grandiosas construcciones funerarias. La fantasía y la creatividad de los escultores y arquitectos de la Antigüedad no conocía límites. Por África, el Mediterráneo y el Medio Oriente florecieron joyas arquitectónicas que han entrado en la leyenda.

Fue en Alejandría, en el siglo segundo antes del tiempo de Cristo, cuando el poeta griego Antipatro de Sidón hizo una relación de los monumentos y construcciones del mundo clásico que se consideraban síntesis de la belleza, es decir, las Siete Maravillas del Mundo Antiguo. Se limitó a siete, un número mágico entre los antiguos griegos. De aquel conjunto legendario sólo queda una edificación en pie, la Gran Pirámide de Egipto, curiosamente la más antigua. De los otros seis monumentos – la estatua de Zeus de Olimpia, el faro de Alejandría, el templo de Artemisa, el Mausoleo de Halicarnaso, los jardines colgantes de Babilonia y el Coloso de Rodas – no pueden ser visitados más que con la imaginación, ya que están en ruinas o se han desvanecido en las sombras del tiempo.

Cuando todas las otras maravillas han perecido bajo los asaltos del tiempo y las locuras humanas, sólo la Gran Pirámide sobrevivió. Se ha ganado justamente el título de “Maravilla de maravillas”. Han transcurrido más de 4.500 años desde su construcción, y todavía hoy no se conocen todos sus secretos. Los árabes medievales la llamaban “la montaña del faraón”. “El hombre teme al tiempo –afirmaban -, pero hasta el mismo tiempo teme a la Gran Pirámide”.

Está situada en la meseta de Giza, una necrópolis de la antigua ciudad de Memphis, la capital del Imperio Antiguo de Egipto. Su esbelta y majestuosa figura, orgullosamente erguida sobre la arena del desierto, es un espectáculo que sobrecoge el ánimo. Es difícil no quedar extasiado ante ella. Es uno de esos lugares que hay que ver antes de morir. La ascensión hasta la alta meseta sobre el valle, en la margen occidental del Nilo, cerca de El Cairo, es como entrar en una máquina del tiempo que, como por arte de magia, te hace retroceder casi cinco mil años en la Historia. En un abrir y cerrar de ojos, toda la magnificencia y esplendor del Egipto faraónico se muestran ante nuestros ojos.

Al principio, desde la distancia, las tres pirámides principales que se observan parecen montañas de cimas afiladas. Desde lejos, la impresión no es tan intensa; pero en la proximidad su tamaño resulta colosal : son monstruosas. Todo es piedra y cielo. Aparecen con frecuencia como singularmente ingrávidas e irreales; y tanto su tamaño como su escala son difíciles de comprender. La mayor parte del día, hacen insignificante su sombra y esto trastorna las expectativas normales de perspectiva. “A través de realizaciones como éstas los hombres suben hasta los dioses, o los dioses descienden hasta los hombres”, escribió el griego alejandrino Filo de Bizancio, en el siglo tercero antes de Cristo.

La mayor y más antigua de las tres es la Gran Pirámide, construida por el segundo faraón de la cuarta dinastía del Imperio Antiguo, Jufu ( también conocido por su nombre griego Keops). La pirámide mediana corresponde al rey Jafra (Kefrén, en griego), hijo de Keops, y de un tamaño similar; la más pequeña es la tumba de Mekaura
(o Micerino), nieto de Keops. Formando parte del complejo funerario de Kefren aparece la Gran Esfinge, una monumental estatua esculpida en la roca caliza de la meseta. Con sus 73 metros de longitud y 20 metros de altura, representa a un león con cabeza humana, posiblemente una representación del rey Kefren.


El Antiguo Egipto, que alcanzó tres épocas de esplendor faraónico, tenía dos rasgos dominantes: el desierto inhóspito y el vivificante río Nilo. Como la vida dependía de las finas franjas de tierra habitable en cada margen del río, los centros de importancia política, religiosa y social crecieron a lo largo de su extensión. A lo largo del tiempo, las poblaciones se establecieron a lo largo del Nilo, donde la tierra era fértil casi todo el año. El desierto era utilizado solamente como cementerio.

Los antiguos egipcios creían en una vida de ultratumba. Cuando la vida terrenal acababa, según ellos, los humanos renacían a una nueva e imperecedera existencia en el Más Allá. Nada era más importante que alcanzar la vida eterna y hacían cuanto estaba a su alcance para conseguirlo. Cuando más poder y dinero tenían, más gastaban para su preparación para la muerte.

Los faraones egipcios, durante las primeras dinastías, fueron considerados dioses vivientes, que algún día abandonarían la Tierra para reunirse con los demás dioses, en especial con Ra, símbolo de la luz solar, dador de vida, que recorría cada día el cielo en su llameante “barca”, para después atravesar las lúgubres tinieblas del Más Allá por la noche. Como preparación para la inmortalidad, los faraones se hacían construir moradas para la otra vida en el límite de la meseta desértica, situadas estratégicamente en la zona occidental del Nilo, por donde se ponía el Sol al atardecer, que era donde el difunto iniciaba su viaje al inframundo.

En un principio, estas “moradas de la muerte” eran grandes construcciones de adobe elevadas sobre el suelo, las llamadas mastabas, con la cámara sepulcral situada en el subsuelo. Posteriormente, durante la tercera dinastía, Imhotep – el primer arquitecto conocido del mundo - abandona la forma de la mastaba y hace construir para su rey una tumba con un diseño revolucionario: la pirámide escalonada de Saqqara, el primer monumento conocido construido enteramente en piedra, en vez del tradicional ladrillo de adobe. Es posible que esta primera pirámide representara, literalmente, una escalera hacia el cielo.

La tercera dinastía inaugura la época de las pirámides, pero el vértice de su gloria tiene lugar con la cuarta dinastía. Los arquitectos de este periodo desarrollaron para sus respectivos monarcas las pirámides de caras lisas, en el colosal complejo funerario de Giza, que alcanzaron su esplendor con Keops, Kefren y Micerinos. La forma de pirámide “clásica” se cree que simboliza los rayos del Sol.

Actualmente, en Egipto hay restos de más de cien pirámides. La Gran Pirámide, Ajet Jufui (El esplendor de Jufu), sin duda debió causar sensación con su gran altura y su recubrimiento de lisa piedra caliza coronado con un piramidón de oro, refulgiendo en la planicie desértica cuando incidía en él la luz del Sol. El complejo funerario de Jufu está formado por la Gran Pirámide, las tres pirámides de las reinas, una pirámide satélite, múltiples mastabas - de miembros de la familia real, sacerdotes y funcionarios - organizadas en tres cementerios, fosos conteniendo barcas funerarias, dos templos funerarios, una larga calzada y un embarcadero a orillas del Nilo.

Originalmente, la Gran Pirámide medía 146,6 metros de altura, una longitud equivalente a un edificio moderno de 40 pisos. Pero hoy día, sólo alcanza los 138,5 metros. El paso de los siglos y la erosión de la Naturaleza redujeron su grandeza en ocho metros. En el área que ocupa el monumento cabrían hasta ocho campos de fútbol. Y para rodearla hay que caminar casi un kilómetro.

Fue necesaria una cantidad asombrosa de piedra para construirla, mayor que la empleada por los ingleses en el curso de mil años para los construcción de todas sus iglesias. En total, unos 2.300.000 bloques de piedra caliza, colocados en 210 hileras, cuyo peso medio es de dos toneladas y media por bloque, aunque algunos de ellos, como los que forman la cubierta de la base, llegan a pesar hasta 15 toneladas. Pero los bloques más pesados son las losas de granito rojo de la cámara del Rey, con un peso comprendido entre 27 y 63 toneladas. Originalmente, la Gran Pirámide estaba recubierta de arriba abajo por unos 27.000 bloques de piedra caliza blanca, pulidos, de varias toneladas cada uno, que reflejaban la luz solar y hacían que la pirámide pudiera verse a kilómetros de distancia. Pero el más prodigioso edificio de Egipto ha perdido todo su revestimiento exterior, de modo que los bloques de piedra han quedado a la vista.

La construcción de su propia tumba era la labor principal del reinado de cualquier faraón del Antiguo Egipto. Los especialistas coinciden en afirmar que la Gran Pirámide fue erigida durante el gobierno de Keops, esto es, en la primera mitad del siglo XXVI antes de Cristo. La fecha estimada de terminación de la faraónica obra es alrededor de 2.570 antes de Cristo. Hijo del faraón Seneferu y de la reina Hetepheres I, Keops fue uno de los hombres más poderosos de todos los tiempos. Durante su reinado la monarquía alcanzó su mayor poder. Se aseguró el control sobre todos los estamentos del primer gran estado absolutista conocido. Fue un gobernante carismático, venerado como un dios, en siglos posteriores.

El visir Hemiunu es uno de los grandes olvidados de Egipto. Pocos se acuerdan de él, a pesar de ser el artífice de una de las construcciones más extraordinarias de la Historia. Fue el principal arquitecto de la Gran Pirámide. Debía tener amplios conocimientos técnicos, porque las medidas y proporciones de esta maravilla arquitectónica muestran una exactitud asombrosa. Presenta una simetría geométrica impresionante. Las cuatro caras del monumento están orientadas hacia los cuatro puntos cardinales, con una precisión pasmosa. Las longitudes de la cara más larga y la más corta difieren en poco más del tamaño de un lápiz. El pavimento que rodea al monumento se encuentra muy bien nivelado. Esta precisión hubo de ser lograda con medios muy sencillos. Los antiguos egipcios no conocían la brújula, y hacían sus cálculos y mediciones a través de la estrellas, y tuvieron que utilizar niveles de agua para determinar la horizontalidad. Pero el modo con que se consiguió construirla es mera conjetura.

Y si espectacular es por fuera, entrar en ella es algo sobrecogedor : la sensación de claustrofobia, la oscuridad, el olor, el calor agobiante... El interior es una intricada red de corredores, rampas y galerías que desemboca en la cámara sepulcral, proyectada en tres niveles. La entrada actual, situada en la cara norte, lleva hasta un pasadizo que desciende y se bifurca en dos ramales. Uno de ellos desciende hasta una cámara excavada en el subsuelo en el que se asienta la pirámide. El otro ramal, ascendente, se extiende, por un lado, hasta una pequeña cámara denominada de la Reina, que no se destinó a la esposa del faraón, y por el otro, hasta la Gran Galería, un amplio corredor inclinado de unos 47 metros de longitud y 8 metros de altura. Este corredor es una obra maestra arquitectónica por derecho propio, con una precisión extraordinaria de construcción y diseño.

A su vez, la Gran Galería lleva a una cámara mayor, o del Rey, que contiene un sarcófago vacío de granito, de dos metros de largo, sin tapa y sin inscripciones, depositado allí durante la construcción de la pirámide, puesto que es más ancho que la entrada a la cripta. La cámara se encuentra a casi 43 metros sobre el nivel del suelo. Es el corazón de la Gran Pirámide, sin duda uno de los lugares más misteriosos y tétricos del mundo, extrañamente cálido, donde reina el silencio más absoluto.

La Cámara Real está conformada por bloques y losas de granito rojo y es de planta rectangular, paredes y techo lisos, sin decoración, y únicamente contiene, como hemos dicho, un sarcófago. Sobre la techumbre se encuentran las llamadas cámaras de descarga, cinco falsos techos donde fueron descubiertas varias inscripciones jeroglíficas, las únicas encontradas hasta ahora en toda la pirámide. Exploradores árabes en el siglo XII de nuestra Era aseguran haber visto tantas inscripciones en las caras de la pirámide que podrían llenar más de diez mil páginas. Todas esas inscripciones desaparecieron cuando el monumento perdió su recubrimiento exterior en el siglo XIII. Desde entonces, la Gran Pirámide ha estado tal como la vemos ahora.

En las inscripciones de los falsos techos aparece un cartucho con los caracteres egipcios del nombre de Jufu, además de jeroglíficos que mencionan el nombre de los trabajadores que pusieron ahí las losas de granito durante el decimoséptimo año del reinado de Jufu. Las cámaras de descarga permanecieron totalmente inaccesibles desde la construcción del edificio hasta el año 1877, cuando tuvo lugar el hallazgo de los jeroglíficos. Esta evidencia demuestra, sin lugar a dudas, que la Gran Pirámide fue construida por los antiguos egipcios, hombres de carne y hueso, y no por una civilización alienígena venida de no se sabe dónde, como sostienen algunas descabelladas teorías.

Algunos egiptólogos consideran que la cámara real pudo haber sido profanada durante la séptima a la décima dinastía. Muy pocas pirámides y tumbas del Antiguo Egipto se libraron del saqueo. Quizá por este motivo nunca se ha encontrado ningún ajuar funerario ni la momia del faraón, aunque hay quienes se resisten a admitirlo. Estos últimos están convencidos de que la Gran Pirámide tiene pasadizos secretos y que todavía está por descubrirse la verdadera cámara funeraria del divino faraón. Incluso queda todavía abierto un antiguo interrogante : ¿Fue realmente sepultado en la pirámide el faraón Keops? La verdad está ahí dentro.

De la cámara real parten dos angostos conductos inclinados, de sólo 20 centímetros de diámetro, situados en las paredes norte y sur, que penetran a través de la masa de piedra hacia el exterior de la pirámide. Nadie ha conseguido averiguar la función de tales canales. Algunos apuntan a que tendrían un sentido religioso, para facilitar la salida del “ka” – una fuerza de vida que continuaba después de la muerte - del difunto faraón hacia el firmamento. Se da la circunstancia que el canal de la pared norte apunta hacia las estrellas que hoy conocemos como circumpolares, y que los antiguos egipcios reverenciaban al considerarlas “indestructibles” . Cuando moría el faraón, su “ka” subía al cielo y se convertía en una de esas estrellas imperecederas. Allí el divino monarca resucitaba como un “akh” (o espíritu) y vivía para siempre. Basándose en estas creencias, el arquitecto Hemiunu tal vez desarrolló la Gran Pirámide como una “máquina de resurrección”. El estrecho canal estaría dirigido como un “telescopio” hacia las “indestructibles”, asegurando así el viaje a la eternidad para su rey.

viernes, 11 de febrero de 2011

EL SÍMBOLO DEL ESPLENDOR DE LA ROMA IMPERIAL: EL COLISEO, NUEVA MARAVILLA DEL MUNDO



Impresionante en su forma y espectacular en sus dimensiones, hasta el siglo XX ningún edificio superó en capacidad al Coliseo de Roma, originalmente denominado anfiteatro Flavio, escenario de crueles y sangrientos espectáculos de lucha y muerte




















Cuenta la leyenda que los gemelos Rómulo y Remo, hijos de Marte, el dios de la guerra, fueron abandonados al nacer a orillas del río Tíber. Afortunadamente, una loba llamada Luperca se encargó de amamantarlos y los bebés crecieron sanos. Sin embargo, siendo adultos, dice el mito que Rómulo mató a Remo su hermano y fundó Roma. Hoy en día, el símbolo de una de las ciudades más bellas del mundo sigue siendo la loba y los dos niños.
Esclavizada por su majestuoso pasado, Roma, también conocida como la Ciudad Eterna, porque atesora restos arqueológicos de todas las épocas, emerge sobre Siete Colinas, como una galería de arte viva, de más de tres mil años de Historia. Sus seculares ruinas dejan constancia del esplendor y la grandeza de una época en la que Roma traspasó incluso los límites de Oriente.

El icono de todo un Imperio. Ese es el Coliseo (Colosseum en latín), la obra más grandiosa de la arquitectura romana. La muestra de todo el poder de una ciudad sobre un vasto Imperio. El Coliseo, la admiración del mundo entero en una época gloriosa para Roma; el lugar donde gladiadores, fieras y juegos servían de divertimento a una sociedad ufana y sabedora de su grandeza.

Para situarnos en aquella época y rememorar tiempos de gloria, lo mejor es ir a la zona del Capitolio, al Campidoglio, una de las Siete Colinas de Roma. Desde ese plaza, accederemos a un balcón que se asoma sobre los Foros Imperiales, el lugar, hoy en ruinas, donde yace toda la magnificencia del Imperio Romano. Desde allí podremos divisar el Circo Máximo, el Foro Romano, el de Trajano, los Templos de Saturno y la Concordia, o el Valle del Anfiteatro con el famoso Coliseo. Construcciones cargadas de Historia que transportan al espectador hacia años de lucha, de dominación, de fastuosidad y de grandeza.

Y dominando todo ese imponente escenario se yergue, altivo, un gigante callado, el Coliseo, originalmente denominado Anfiteatro Flavio, situado literal y simbólicamente en el corazón de la antigua Roma, entre las colinas Celio, Esquilino y Palatino. Sus dimensiones son la mejor prueba de su espectacularidad: un edificio ovalado de 189 metros de largo por 156 metros de ancho, de casi 50 metros de altura, y con un perímetro de 524 metros. Aún hoy, en ruinas, impresiona su elegancia.

La construcción del Coliseo empezó bajo el mandato del emperador Tito Flavio Sabino Vespasiano, fundador de la dinastía Flavia, entre el 70 y 72 después de Cristo. La inauguración - cuyos festejos se prolongaron durante cien días – se produjo en el año 80 d.C. y ya bajo el reinado de Tito, hijo de Vespasiano. Finalmente, el emperador Domiciano culmina las obras en el 82 d.C., construyendo el hipogeo, el subsuelo del escenario propiamente dicho, y añadiendo una galería en la parte superior del edificio para aumentar su aforo. La monumental construcción se erigió en el lugar que ocupaba un lago situado en los jardines de la Domus Aurea, el fastuoso palacio de Nerón. Antiguamente, junto al Coliseo, había una gigantesca estatua de bronce de más de 35 metros de altura: el Coloso de Nerón, que representaba al emperador, y a la que, tras el fallecimiento de éste, se le sustituyó la cabeza por la del dios Sol.

Según una inscripción encontrada en el Coliseo, el emperador Vespasiano ordenó que este nuevo anfiteatro se financiara usando su parte del botín como general. Esto puede referirse, según los expertos, al saqueo del Templo de Jerusalén llevado a cabo por los romanos tras su victoria en la Gran Rebelión Judía del 70 d.C. El Coliseo puede así ser interpretado como un gran monumento triunfal, siguiendo la tradición romana de celebrar las grandes victorias bélicas.

En el anfiteatro Flavio se utilizaron las más variadas técnicas de construcción. Los arcos y los potentes pilares sobre los que descansa la construcción son de traventino colocado sin argamasa. En las partes inferiores y en los sótanos se empleó, del mismo modo, la toba volcánica, un tipo de roca ligera y de consistencia porosa. Muchas de estas rocas labradas iban sujetas con grapas metálicas.

La fachada del Anfiteatro constaba de cuatro niveles. En cada uno de los tres primeros se abrían 80 arcos y con semicolumnas adosadas que soportan un entablamento puramente decorativo. Las columnas son de estilo toscano las del primer piso, jónicas las del segundo y corintias las del tercero. En cada una de las arcadas había originalmente una estatua representativa de emperadores y dioses. El cuarto piso, de estilo indefinido, lo forma una pared ciega. Las comunicaciones entre cada piso se realizaban a través de escaleras y galerías concéntricas.

Ya en el interior del anfiteatro, la zona de graderíos, la llamada cávea, estaba
organizada en cinco niveles en los que se agrupaban los espectadores, con áreas delimitadas según la clase social: los senadores, la aristocracia, los ciudadanos y la plebe. Cuanto más cerca de la arena se hallaban mayor era el rango al que pertenecían. En el podium, el primer nivel, se sentaban los romanos más ilustres: los senadores, los magistrados, los embajadores extranjeros, los sacerdotes, las sacerdotisas consagradas a la diosa Vesta y otros altos dignatarios. En el centro del podium, se hallaba el palco del emperador, llamado pulvinar, y otra tribuna reservada para el magistrado que presidía los juegos. Dado que este piso estaba situado muy cerca de la arena, a sólo cuatro metros de altura, había una red metálica de protección y arqueros apostados estratégicamente.

Por encima del podium estaba el maenianum primum, para los nobles que no ostentaban el cargo de senadores, y el maenianum secundum para los plebeyos, el cual se dividía a su vez en immum, para los adinerados, y summum, para los pobres, los esclavos y las mujeres. Los enterradores, los actores y los ex-gladiadores no podían entrar en el Coliseo; estaba prohibido para ellos. Hasta el cuatro nivel de asientos éstos eran de mármol, sustentados en estructuras abovedadas. Los asientos del quinto nivel eran de madera, a fin de reducir el peso, y con él, el empuje sobre el muro exterior. No se ha conservado el mármol de que estaban hechos los asientos.

Cuatro amplias galerías concéntricas, cuyas paredes estaban enlucidas y pintadas, daban acceso a los diferentes niveles de asientos mediante un complejo sistema de escaleras. El acceso desde los pasillos internos del Coliseo hasta las gradas se producía a través de los vomitorios, llamados así porque permitían la salida y la entrada de una enorme cantidad de gente en poco tiempo. Estaban tan bien diseñados que todo el aforo del anfiteatro, estimado en unos 50.000 espectadores, podía ser evacuado en sólo cinco minutos. Los vomitorios eran un punto peligroso, sobre todo durante las aglomeraciones producidas en el momento de la salida, ya que había una caída de unos tres metros desde los asientos situados sobre ellos. Estos huecos estaban protegidos por antepechos y barandillas de piedra decorados con relieves y pinturas.

El escenario de los espectáculos propiamente dicho, de forma oval, no se ha conservado. Era en realidad una plataforma construida en madera y cubierta de arena, y de piedra en la zona más próximas a las gradas. Medía en sus ejes mayor y menor 75 y 44 metros respectivamente. Bajo ella se extendía el “anfiteatro invisible”, el hipogeo, un auténtico laberinto de pasillos y recintos, sostenido por muros de seis metros de altura. Allí los gladiadores y las fieras, encerradas en jaulas, aguardaban su turno para aparecer en escena; un complejo sistema de rampas y montacargas les permitía acceder a la superficie. Las galerías estaban comunicadas con la mayor escuela de gladiadores de Roma, Ludus Magnus, mediante un túnel; otros dos pasajes subterráneos llevaban al palco imperial y al palco de los cónsules. Parte de aquella plataforma de madera ha sido reconstruida. El resto ya no se conserva, con lo que todo el subsuelo permanece hoy al aire libre.

Una hilera de 250 mástiles de madera, situados en la parte más alta del edificio, y accionados mediante poleas, permitían extender un inmenso toldo de tela de vela - el velarium - sobre el Coliseo, que procuraba sombra a los espectadores. De tender y recoger la espectacular carpa se ocupaba un destacamento especial formado por un millar de marineros de las flotas romanas de Miseno y Rávena, que seguramente trabajaban desde la techumbre del último nivel. En la parte superior de la fachada se han identificado los huecos en los que se anclaban los 250 mástiles que soportaban los cables.

Así como las peleas de gladiadores, muchos otros espectáculos públicos tuvieron lugar en la arena del Coliseo, como naumaquias o recreaciones de famosas batallas navales, caza de animales salvajes, ejecuciones, y obras de teatro basadas en la mitología clásica. Estos espectáculos se celebraban en ocasiones con gran pompa: se cuenta el emperador Trajano, para festejar sus victorias en el campo de batalla, organizó unos juegos de 117 días consecutivos, en los que participaron 4.912 parejas de gladiadores y 11.000 animales salvajes.

"Cuando caiga Roma, cairá el mundo"


El mayor espectáculo de masas de la Antigüedad tuvo como protagonistas a los gladiadores. Eran los ídolos del público de la antigua Roma, que esperaba verlos morir con valentía tras un buen combate en el Coliseo. La famosa expresión latina panem et circenses (pan y circo) resumía todo lo que los gobernantes de la urbe requerían para manejar a la plebe y mantenerla entretenida. Multitudes podían participar de las sangrientas diversiones con que los emperadores cortejaban a su pueblo.

Son muchos los mitos en torno a la lucha de los gladiadores. Por ejemplo el gesto del pulgar hacia abajo que determinada la suerte de un vencido o la fórmula con que los prisioneros condenados a luchar saludaban al emperador Claudio: “¡Ave César! Los que van a morir te saludan”. Pero más allá de estos detalles, casi todo lo demás parece haber sido cierto, dramáticamente cierto : el cruel espectáculo de la sangre derramada exaltaba los ánimos de los espectadores, que quedaban atrapados por la adicción al anfiteatro.

Recibía el nombre de gladiador quién batallaba con otro, o con una bestia, en los juegos públicos de la antigua Roma. Un hombre libre se podía convertir en gladiador por varias causas, como la pobreza, la esclavitud o el deseo de huida; pero los gladiadores también podían alcanzar cierta promoción social. Los combates se anunciaban por toda Roma en carteles pegados a los muros y podían adquirirse programas de mano con el orden de los espectáculos. El gladiador que vencía en combate recibía el premio de la victoria y recorría la arena aclamado por el público, y especialmente por las damas de la aristocracia. Para algunos filósofos romanos, las luchas de gladiadores eran un ejemplo de entereza ante la muerte; el combatiente se enfrentaba a su final como tenía que hacerlo el sabio estoico: con valentía y firmeza.

Las armas empleadas por los gladiadores eran de formas muy distintas de las que usaban los soldados romanos. Se han descubierto muchos ejemplares de ellas, principalmente en Pompeya. Había diferentes clases y categorías de gladiadores que se diferenciaban por sus armas y su manera de combatir. Armados con cascos y escudos, portaban lanzas, cuchillos, espadas, tridentes y redes. Las piernas y los brazos iban protegidos por espinilleras y brazaletes de bronce respectivamente El día de la fiesta los gladiadores lujosamente vestidos se dirigían al anfiteatro Flavio atravesando la ciudad. Una vez en la arena efectuaban un simulacro con armas de madera. Y comenzaban los combates. Al llegar los gladiadores al momento final del triunfo preguntaban al público si debía matar al vencido o no, el cual previamente había pedido clemencia levantado la mano. El vencido, en ese último momento, no ofrecía resistencia, y afrontaba su muerte con dignidad. Durante el Bajo Imperio, tan solo el emperador tenía el derecho de perdonar o condenar a muerte. Los gladiadores que morían en la arena eran arrastrados al espoliario por los esclavos que estaban al servicio del anfiteatro los cuales se valían de un garfio de hierro y los sacaban por la puerta llamada de la Muerte.

Los crueles y sangrientos espectáculos de la arena del Coliseo permanecen como uno de los grandes misterios de la antigua Roma. Durante más de cinco siglos, los letales enfrentamientos entre gladiadores sirvieron para entretener a las clases privilegiadas del Imperio. ¿Por qué eran tan mortales estas diversiones tan importantes en la sociedad romana que construía monumentales anfiteatros para su representación? ¿Cómo vivía un gladiador su contradictoria convicción de esclavo y héroe?

El anfiteatro Flavio se usó durante más de 500 años, celebrándose los últimos juegos en el años 523 d.C, en la época del ostrogodo Teodorico, bastante más tarde de la tradicional fecha de la caída del Imperio Romano en el 476 d. C. Se calcula que en todo ese tiempo murieron entre medio millón y un millón de personas en el Coliseo. Hoy se considera a este anfiteatro como el escenario de numerosos martirios de los primeros cristianos. Sin embargo, algunas fuentes históricas afirman que el Circo Flaminio – y no el Coliseo – fue el lugar donde ocurrieron estos martirios. Lo cierto es que varios Papas mandaron realizar trabajos de reparación y restauración en el Coliseo, por lo que el edificio aún conserva una conexión con la cristiandad. Se erigieron cruces en varios puntos dentro y fuera del edificio y cada Semana Santa el Papa encabeza una procesión al Coliseo en memoria de los mártires cristianos.
El anfiteatro ha sufrido cuatro terremotos a lo largo de su historia. El gran terremoto de 1349 dañó severamente la estructura del edificio, haciendo que el lado externo sur se derrumbase. Y durante siglos se convirtió en la cantera de Roma. Infinidad de piedras del anfiteatro fueron reutilizadas para construir palacios, iglesias, hospitales y otros edificios en toda la ciudad. Pero ahí sigue, indestructible. El monje y erudito conocido como Beda el Venerable ya predijo: “Mientras siga en pie el Coliseo, seguirá en pie Roma. Cuando caiga el Coliseo, caerá Roma. Y cuando caiga Roma, caerá el mundo”.

El Coliseo ha sido denominada una de las Nuevas Siete Maravillas del Mundo, según la designación honorífica realizada en Lisboa, el 7 de julio de 2007.


jueves, 10 de febrero de 2011

LAS IMPONENTES RUINAS DE CHICHÉN ITZÁ, EN MÉXICO, LA CIUDAD SAGRADA DE LOS MAYAS


Deslumbrante como joya de piedra en la selva esmeralda


Su espectacular pirámide y sus espléndidos templos evocan el glorioso pasado de una civilización milenaria, una de las más poderosas que existió jamás




















































Si existe una civilización prehispánica americana que haya despertado especial interés en el mundo occidental, ésta es, sin duda, la de los antiguos mayas. Un imperio que abarcó 400.000 kilómetros cuadrados de la selva tropical de México, Guatemala, Belice, Honduras y El Salvador. Sus realizaciones fueron muy destacadas, tanto en el campo de la arquitectura y el urbanismo como en el del arte y el pensamiento.

En un territorio tan hostil como la jungla centroamericana, los mayas fueron capaces de crear todo un imperio, estratificado en castas y distribuido en ciudades-estado, que sobrevivió 3.000 años hasta decaer por razones aún desconocidas hacia el año mil de nuestra Era. Fueron excelentes astrónomos y matemáticos que elaboraron un calendario aún más exacto que el que se usa en la actualidad, predijeron eclipses de Sol y de Luna y descubrieron el concepto de cero antes que otras muchas culturas. Los monarcas mayas gobernaron magníficos centros ceremoniales y ciudades-estado independientes, y, en bastantes ocasiones, enfrentadas, dirigiendo dinámicas sociedades de agricultores, artesanos, astrónomos y escribas.

La gran crisis de la civilización maya entre los siglos IX y X de nuestra Era no asoló el norte de la península de Yucatán, en México, donde florecieron imponentes centros ceremoniales como Chichén Itzá, Uxmal, Kabáh, Mayapán, Sayil o Labná. Chichén Itzá, una de las más extensas y grandiosas urbes mayas, mantuvo la fama de lugar sagrado, en torno a un cenote o pozo natural en el que se realizaban ceremonias de sacrificios humanos y ofrendas a los dioses.

Chichén Itzá conoció también, a partir del siglo X, un período de esplendor, asociado a la llegada de un nuevo pueblo invasor: los toltecas de Tula, ciudad situada a mil kilómetros de distancia, en un medio totalmente distinto al de la selva yucateca. Los toltecas, un pueblo eminentemente guerrero, conquistaron Chichén Itzá, pero fueron seducidos por la espléndida cultura de los vencidos. Mayas y toltecas, dos sociedades muy diferentes, supieron convivir en paz y armonía. Todo ello encontró reflejo en el urbanismo, la arquitectura y el arte de la ciudad. La influencia de los toltecas se tradujo en la introducción de la adoración a Quetzalcóatl, la “Serpiente emplumada”, llamada Kukulkán por los mayas, la divinidad a la que se rendía culto preferente en Chichén Itzá.

Deslumbrante como joya de piedra en la selva esmeralda, Chichén Itzá estaba poblada por gentes pertenecientes a los estratos más elevados de la sociedad maya. Además de los linajes gobernantes, residían en la ciudad permanentemente los tesoreros, los recaudadores de tributos y los que ayudaban en la corte y el séquito de los soberanos. Los sacerdotes eran numerosos. Y cuando los toltecas se hicieron con el control de la urbe aumentó notablemente el número de guerreros. Los agricultores, por su parte, vivían en aldeas esparcidas por la jungla, pero acudían en masa a las ceremonias que tenían lugar en el área urbana.

Chichén Itzá estaba formada por varios conjuntos arquitectónicos, separados o protegidos por murallas, que se comunicaban a través de una tupida red de calzadas. Se han excavado hasta ahora unos 25 kilómetros de la antigua ciudad, que corresponden sobre todo a áreas ceremoniales, palacios y templos, ya que la población residía en diversas zonas según su rango; cuanto mayor era éste, más cerca del gran centro ceremonial se vivía. Los reyes, que tenían carácter divino y oficiaban como sumos sacerdotes, ocupaban el lugar más alto en la pirámide social, seguidos por los sacerdotes emparentados con ellos, los guerreros, los artesanos, los comerciantes y los campesinos. El último peldaño social lo ocupaban los esclavos, en su mayoría prisioneros de guerra.

Un recorrido por las ruinas de la grandiosa y opulenta metrópoli maya nos conduce en seguida a lugares que desempeñaban importantes funciones de culto religioso. El cenote sagrado, por ejemplo, estaba ligado a ceremonias de sacrificios humanos. Se cree que las víctimas eran arrojadas a este pozo lleno de agua, de 35 metros de profundidad, desde una plataforma construida junto al borde. Los antiguos mayas creían que el cenote era la vía de acceso al subsuelo o inframundo, donde se encontraba la morada de los muertos y los dioses. En él residían las fuerzas telúricas que ocasionaban las tormentas y las nubes que traían la lluvia; por allí transitaba el Sol durante la noche y ése era el lugar donde se originaba el maíz que brotaba en los campos.

Se supone que la intención de los sacerdotes era invocar a los dioses por medio de los sacrificios, solicitando lluvias, buenas cosechas, victorias en el campo de batalla, o, seguramente, la prosperidad del reino y de sus gobernantes. Las ofrendas eran dañadas, “matadas”, antes de ser arrojadas a las aguas verdes del cenote, indicio, tal vez, de su destino a una dimensión no humana, sino sagrada. Se han recuperado gran cantidad de huesos humanos, sin duda de las personas sacrificadas a lo largo de los siglos. Según se ha sabido recientemente, los restos hallados corresponden principalmente a niños no mayores de once años y a hombres adultos, y no a doncellas vírgenes sacrificadas como se creía hasta ahora. También han aparecido multitud de ofrendas de oro y plata, jade, copal (la resina aromática utilizada en estos rituales), vasijas, aderezos e imágenes de madera. En el cenote de Chichén Itzá los arqueólogos han descubierto unos hermosos escudos o espejos ceremoniales, formados por centenares de fragmentos de turquesa, concha y obsidiana, tallados con maestría y montados sobre madera.


La cámara de los sacrificios

Los múltiples y monumentales edificios de la gran explanada de Chichén Itzá están presididos por la pirámide Kukulkán, también llamada El Castillo, uno de las construcciones más notables de la arquitectura maya. Es una pirámide de cuatro lados que culmina en un templo rectangular. Tiene una altura de 30 metros y nueve niveles ascendentes, los mismos que existían en el inframundo maya. Cada lado de la pirámide presenta una gran escalinata que lleva al templo superior. Cuatro escalinatas con 91 gradas o peldaños conducen al santuario desde los cuatro lados del edificio. En total 364 escalones, mas uno, que se encuentra en la entrada del templo; en suma, 365 peldaños que, según el calendario maya, corresponden a los días del año astronómico.
Balaustradas de piedra flanquean cada escalera, y en la base de la escalinata norte se asientan dos colosales cabezas de serpientes emplumadas, efigies del dios Kukulcán, imagen de la dualidad de la vida y la muerte. Kukulkán habría sido una especie de dios Sol, afín al Ra de los egipcios. Su nombre significa: “Dios del rostro del Sol”. En la escalinata norte y muy particularmente en sus pretiles o balaustradas, donde dos veces al año, durante los equinoccios de primavera y otoño, el 21 de marzo y el 22 de septiembre respectivamente, un mágico juego de luces y sombras crea la imagen del cuerpo de la serpiente-dios, que parece moverse majestuosa, descendiendo y rematando en la mencionada cabeza pétrea situada en la base inferior de la escalinata. El fenómeno se aprecia en todo su esplendor en las citadas fechas, al ponerse el Sol, cuando los rayos solares penetran por la esquina norponiente y dibujan la sombra que proyectan las nueve aristas de las plataformas, que integran el gran edificio.

Durante los solsticios de junio y diciembre tiene lugar otro singular fenómeno en la pirámide. En esas fechas, un 50 por ciento del edificio aparece iluminado y un 50 por ciento permanece en la oscuridad, indicando con ello el momento exacto de los solsticios de verano e invierno respectivamente. Gracias a estos admirables juegos de luz y sombra, los antiguos mayas elaboraron un ingenioso calendario que les permitía conocer la llegada de los solsticios y equinoccios, fechas importantes para los ciclos agrícolas, relacionados con la llegada de las estaciones secas y húmedas.

Dentro del edificio visible se ha descubierto una pirámide más antigua. Se trata de una estructura cuadrada, de 30 metros de lado, cuya plataforma tiene 16 metros de alto. Bajo la mampostería de la construcción que la cubría, la pirámide antigua estaba intacta: su templo superior, accesible mediante una escalinata que subía por el lado norte, está formado por dos cámaras abovedada, situada una detrás de otra. Cuando se realizó este descubrimiento, el santuario contenía aún los vestigios de los últimos rituales que allí se habían celebrado. En la entrada, el visitante se encuentra con un altar para las ofrendas, con forma de estatua, Chac Mool, que representa a un enigmático personaje tumbado boca arriba, con las piernas dobladas y el torso levantado, apoyándose en los codos. Sobre su vientre, un cuenco destinado a recibir las ofrendas del sangriento ritual tolteca: los corazones arrancados del pecho de las víctimas sacrificadas, o las cabezas cortadas de los jugadores de pelota.

En el centro del segundo recinto, conocido como cámara de los sacrificios,, los arqueólogos hicieron un sorprendente hallazgo: un trono de piedra en forma de jaguar pintado de rojo y con incrustaciones de jade verde que representan las manchas del pelaje de la fiera. El animal —medio estatua, medio mueble— vuelve la cabeza hacia la entrada —igual que el Chac Mool— aterrorizando al recién llegado con su amenazadora boca, provista de colmillos, y unos ojos esféricos verdes y desorbitados en extremo. Una imagen así debía mantener a distancia a los asistentes a las ceremonias que el soberano de Chichén Itzá, sentado en este trono, presidía. Mientras que la primera pirámide maya-tolteca de Chichén Itzá se remonta a finales del siglo X o a principios del XI, la segunda pirámide dataría de la segunda mitad del XI o de comienzos del XII, teniendo en cuenta que la ciudad parece haber sido abandonada hacia el 1.200.

Al noreste de la pirámide de Kukulkán se extiende un grupo de tres edificios conocido como el Templo de los Guerreros. Uno de ellos, el llamado grupo de las Mil Columnas es un conjunto inconfundible por la extraordinaria cantidad de columnas y pilares que formaban parte de los edificios, y que hoy, al haber desaparecido las techumbres que sostenían, aparecen como un disciplinado ejército pétreo en formación. El grupo totaliza 200 pilares cuadrados y columnas redondas que sostenían bóvedas de hormigón sobre dinteles de madera. La audacia de los arquitectos de Chichén Itzá consistió en combinar los numerosos soportes (pilares o columnas) de los toltecas con las grandes bóvedas de piedra de la arquitectura de los mayas. El arco o la bóveda falsa fue un elemento exclusivo de sus creativas construcciones.

El edificio más significativo de este conjunto es el templo de los Guerreros propiamente dicho, de forma piramidal-escalonada, una clara muestra de la influencia de los toltecas en Chichén Itzá. A él se llega mediante una escalinata axial que desemboca en la plataforma superior, donde se encuentra el tercer edificio del grupo. Una escultura de Chac Mool precede al pórtico de entrada formado por dos grandes serpientes de cascabel, con la boca a ras del suelo —una boca amenazadora, abierta de par en par— y la cola levantada, soportando el dintel.
En la cúspide de la sociedad maya, los reyes divinos y los miembros de la nobleza eran grandes guerreros y estrategas. Las casta superiores imponían la dominación de los vasallos, considerados como seres inferiores, y de los esclavos, quienes estaban ubicados en el escalón más bajo de la pirámide social. Las contiendas se iniciaban con grandes desfiles, portando estandartes sagrados al son de tambores, las flautas y las caracolas. Durante el curso de la batalla los guerreros ejecutaban actos de magia y hechicería para convertirse en águilas y jaguares. La pintura corporal, el aspecto del cabello, y los alaridos buscaban infundir terror entre los enemigos. Los combatientes se armaban con corazas acolchadas de algodón, lanzas de pedernal, hachas y mazas. Utilizaban catapultas para arrojar nidos de avispas sobre las filas enemigas. Paralelamente a las iniciativas bélicas, los antiguos mayas desarrollaron el arte de la política y la diplomacia.

Otro edificio sorprendente de Chichén Itzá es el juego de pelota, ubicado al noroeste de Kukulkán. Hay más de diez edificios para la práctica del rito del juego de pelota, pero el mayor, único por sus dimensiones y características en toda Mesoamérica, es el de la gran explanada del sector tolteca. Mide 140 metros por 35 metros. Dos muros inclinados a cada lado de la cancha hacen de límite. Los jugadores debían impactar la pelota en alguno de los tres discos de piedra distribuidos en el área de juego, o en los aros del mismo material suspendidos de la paredes. La pelota era de caucho, sumamente pesada y dura. Ésta podía ser golpeada con los codos, la cadera y las rodillas. El análisis de la momia de un príncipe maya permitió saber que había fallecido por la rotura del esternón, fruto de un golpe brutal con la pelota.
La cancha era la representación del Universo, el espacio sagrado en el que se desarrolla el eterno combate entre la luz y las tinieblas, donde se desplazan los astros, el Sol y la Luna, bajo el arbitraje del amo de Xibalba, el Señor del Más Allá. Este juego sagrado representaba la guerra eterna entre la luz y la oscuridad, la muerte y el renacimiento del
Sol. Los jugadores podían retar a los dioses de las tinieblas, enfrentarse con ellos, y vencer a la muerte. El capitán del equipo victorioso alcanzaba el honor y la gloria, y podía ser sacrificado a los dioses.

Sobre el muro oriental del juego de pelota se erigió un pequeño santuario al que se conoce como templo de los Jaguares por las representaciones de estos felinos que hay en su friso. Lo presiden dos gruesas columnas de piedra en forma de serpiente emplumada. El templo de los Jaguares y de los Guerreros fueron lugares privilegiados para la práctica de los sacrificios humanos. Según el pensamiento maya, esos rituales eran imprescindibles para garantizar el funcionamiento del Universo, el devenir del tiempo, el paso de las estaciones, el crecimiento del maíz (el componente fundamental de su dieta), y la vida de los seres humanos. Los sacrificios eran necesarios para asegurar la existencia de los dioses.

Los jóvenes guerreros pertenecientes a las huestes enemigas eran las presas más codiciadas. Su corazón era extraído fuera del cuerpo para ofrecerlo a los dioses. En el caso de capturar a un gobernante, o a un jefe principal, la víctima era reservada para ser decapitada durante una ceremonia especial. También se puso en práctica el descuartizamiento, realizado en ocasiones durante el juego de pelota.

El sur de Chichén Itzá no posee edificios tan espectaculares como el norte, pero desvela muchas cosas sobre la cultura y la sociedad de la metrópoli maya-tolteca. Sus edificios son típicamente del estilo Puuc, con muros bajos lisos sobre los que se abren frisos muy ornamentados, que se representan por columnillas y figuras trapezoidales, serpientes enlazadas y, en muchos casos bicéfalas, mascarones del dios de la lluvia, Chaac, con sus grandes narices que representan los rayos de las tormentas, y serpientes emplumadas con las fauces abiertas saliendo de las mismas seres humanos.

El panteón maya era numerosísimo, con divinidades altamente especializadas. Ah Mun era el dios del maíz, en batalla permanente con Ah Puch, el dios de la muerte. También se relacionaban con el inframundo Ek Chuah, un dios de la guerra que aparece vestido de negro, divinidad de los comerciantes y del cacao. IxChel. la diosa del arco iris, la medicina, la adivinación y la maternidad, y Buluc Chabtan, dios guerrero de los sacrificios humanos, entre otros.
Caminando desde el juego de pelota se llega a la tumba del Sumo Sacerdote, una pirámide escalonada de 10 metros de altura. Cerca de allí se encuentras otros templos como el del Venado y el Chichanchob o casa Colorada. Algo más al sur está el conjunto de las Monjas, tres edificaciones en una elaborado estilo Puuc. Los españoles le dieron este nombre por su parecido con los conventos europeos, dada la abundancia de cuartos pequeños y oscuros en los que se creía que habían vivido las sacerdotisas mayas.

Cuando los dioses no escuchan

Al norte del grupo de las Monjas se asienta uno de los más sorprendentes logros de la arquitectura maya, el llamado Caracol, la única estructura circular en Chichén Itzá. Se trata de un observatorio, de unos 13 metros de altura, provisto de una escalinata espiral y ventanas desde las que se llevaban a cabo observaciones a simple vista de los fenómenos celestes. Los sacerdotes mayas describieron las posiciones del Sol, la Luna, Marte, y registraron los eclipses. Siguieron con detenimiento los movimientos de Venus, planeta al cual le asignaban una gran importancia en la determinación de guerras y sacrificios.

Gracias a la precisión de su calendario, los antiguos mayas eran capaces de organizar sus actividades cotidianas, y registrar simultáneamente el paso del tiempo. Para ellos, un día cualquiera pertenecía a una cantidad mayor de ciclos que el calendario occidental. Idearon dos calendarios. Al año astronómico de 365 días, denominado Haab, superponían el año sagrado de 260 días, llamado Tzolk. Este último calendario era usado en los rituales, celebraciones religiosas y predicciones astrológicas.

Su aportación clave a las matemáticas fue la creación del número cero, un concepto abstracto que permaneció ausente durante siglos en otras culturas. Emplearon la cuenta vigesimal –multiplicando por veinte en lugar de por diez – y no la decimal como la actual. Los científicos se preguntan si usarían los dedos de las manos y los pies para contar. Establecieron un “día cero” , que según algunos investigadores corresponde al 12 de agosto de 3113 a.C. Se desconoce qué sucedió, aunque probablemente se trate de una fecha mítica.

En materia de tecnología, este pueblo fabricó un pigmento, conocido como “azul maya”, que ha asombrado a los científicos actuales debido a sus extraordinarias propiedades. Se ha dicho que el “azul maya” es virtualmente indestructible. Cabe destacar, por otra parte, que los mayas nunca descubrieron la manera de fabricar utensilios de hierro. Sin embargo, usaron obsidiana, tan fuerte como el hierro para cortar la roca caliza y construir sus ciudades. Conocían la rueda, pero sólo la usaron en juguetes para los niños.

Esta espléndida civilización desarrolló también un sofisticado sistema de comunicación por signos. Los glifos componían un complejo sistema de escritura y lenguaje gráfico, integrado por más de 700 signos, especiales para representar cualquier clase de pensamiento. Esta escritura jeroglífica está grabada o pintada sobre estelas (monumentos en piedra), altares (piedras circulares asociadas a estelas), paredes, escaleras, tronos, cerámica, objetos de adorno personal, códices e incluso en el cuerpo. Los mayas atribuían poderes mágicos a sus dibujos y pictografías. Todas las frases que se han logrado traducir se refieren a asuntos dinásticos y sagrados.
El período Clásico (292 – 900 d.C.) fue la época de esplendor maya, una etapa creativa que duró más de 600 años. Pero con la misma rapidez con que se habían desarrollado, las ciudades más importantes comenzaron a declinar y fueron abandonadas. El imperio maya desapareció por completo como civilización de una forma traumática, cuando estaba en el cenit de su poder. La explosión demográfica, el desastre ecológico provocado por el cambio climático, la intensa sobreexplotación de los recursos de su ecosistema, los gastos de guerra, la incompetencia de sus clases dirigentes para combatir la escasez de alimentos, la pérdida de la capacidad para comunicarse con los dioses, y las revueltas de la población estarían en la base de la (aún) misteriosa desaparición de aquél imperio mesoamericano, cuyo esplendor se vislumbra todavía en Chichén Itzá. Aquél colapso provocó uno de los mayores desastres demográficos de la historia de la Humanidad. Los arqueólogos han concluido que la decadencia ocurrió en diferentes épocas y en distintas áreas.

En 1244 las ciudades de Chichén Itzá, Mayapán y Uxmal se enfrentaron en una guerra. Mayapán derrotó a Chichén Itzá, la destruyó y sometió a su población a la esclavitud, dominando la península de Yucatán durante los próximos años. Los reyes y las grandes instituciones de la sociedad maya habían desaparecido antes de la llegada de los españoles, a mediados del siglo XVI. Aunque algunos historiadores españoles registraron el descubrimiento de templos en ruinas, no fue hasta el siglo XIX que el mundo conoció de la existencia de ciudades mayas, como Chichén Itzá, enclavadas en la jungla. Intrépidos aventureros como el conde Frederick Waldeck, John L. Stephens y el artista Frederic Catherwood visitaron los asentamientos, y escribieron acerca de ellos. Existen fotografías tomadas a principios del siglo XX donde aparece la pirámide de Kukulkán desfigurada por la vegetación y el paso del tiempo.

Pese a la caída de aquella gran civilización, que dábamos por extinguida, en la actualidad existen en México importantísimas poblaciones indígenas, herederas de las tradiciones, que mantienen viva la cultura, la lengua, y el pensamiento de sus antepasados mayas. Seguir sus pasos a través de su pasado, es una apasionante aventura hacia el alma de un pueblo que nunca podrá ser olvidado.

En 1988, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), declaró a Chichén Itzá como Patrimonio de la Humanidad. En 2007, este santuario de los mayas fue denominado como una de las “Nuevas 7 maravillas del mundo".